jueves, 22 de junio de 2023

Tentación: Capítulo 17

¿Tan fuera de lugar estaba con su vestido hecho a mano y sus zapatillas deportivas de mercadillo? Evidentemente, sí, pero no podía permitir que esas cosas la incomodaran. Al fin y al cabo, no había hecho nada de lo que tuviera que avergonzarse. Y ya no era amante de Pedro. Esa parte de su relación había terminado. Solo era una especie de autoestopista que había pedido transporte a un rico, y que estaba decidida a pagarle el favor. Sin embargo, su tranquilidad emocional saltó por los aires cuando se abrochó el cinturón de seguridad y se giró hacia el hombre que se había sentado a su lado, intentando no admirar sus largas piernas ni la energía que parecía irradiar.


–No nos iremos a estrellar, ¿Verdad?


Pedro, que estaba sacando un ordenador portátil de un maletín de cuero, frunció el ceño.


–¿De qué serviría tener dinero si no usara los mejores aviones del mercado ni contratara a los mejores pilotos? –replicó.


–En ese caso, ¿Por qué se ha molestado la azafata en señalar las salidas de emergencia y en enseñarme cómo se pone el chaleco salvavidas?


Él sonrió.


–Porque están obligados a hacerlo en todos los vuelos, Paula. Y,francamente, espero que no hagas más preguntas absurdas. Los vuelos transatlánticos son tediosos, por no decir algo peor, y no necesito que abusen de mi paciencia.


–Está bien, intentaré no decir más tonterías. Es que no he volado nunca. Es la primera vez que me subo a un avión, como ya sabes.


Pedro se maldijo para sus adentros por no haberse acordado. Efectivamente, Paula le había dicho que no había volado nunca. De hecho, le había contado un montón de cosas, pero su memoria debía de ser muy selectiva, y solo recordaba lo que había despertado su interés. El aparato despegó momentos más tarde, y él clavó la vista en la pantalla del ordenador por no mirar los oscuros ojos de Paula. Sin embargo, fue incapaz de concentrarse en los gráficos que tenía delante. El deseo se estaba imponiendo a la razón, y se encontró en una situación que le desagradaba mucho.


–¿Por qué no lees algo para matar el tiempo? –gruñó–. Pide revistas a la azafata.


Él soltó un suspiro de impaciencia y volvió a mirar la brillante pantalla, intentando hacer lo que hacía en todos los vuelos, trabajar. Siempre estaba trabajando. A veces, algún periodista le preguntaba por qué, teniendo en cuenta que su fortuna era inmensa y, aunque casi siempre se negaba a responder, eso no significaba que desconociera el motivo. Pedro no seguía trabajando por las descargas de adrenalina que le proporcionaban sus éxitos profesionales. Ni siquiera seguía por el temor irracional a ser pobre, heredado de su infancia. En realidad, seguía por algo más sencillo: Porque el dinero no podía traicionar ni herir ni mentir. No era como las personas. No era como los seres queridos. Al pensar en ello, se acordó de una mujer de labios rojos y risa sensual, y dió gracias al cielo por haber cambiado. Ya no era un títere del amor. Se había vuelto inmune a las artimañas femeninas. Pero, por desgracia, el deseo no era tan fácil de controlar como sus emociones, algo de lo que fue dolorosamente consciente cuando apartó la vista del ordenador portátil para volver a mirar a Paula, hechizado con la rizada melena que caía sobre sus senos. ¿Cómo era posible que se hubiera convencido de que podía olvidar su apasionada noche? Había cometido el error de prestarle ayuda y ofrecerle un alojamiento temporal, pensando que sabría mantener las distancias con ella; pero era obvio que había subestimado su atractivo y quizá, sus propias necesidades sexuales, que llevaba tiempo sin cubrir. Y, de repente, era lo único que le importaba. 

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