Atónito, admiró su rostro durante unos segundos y sintió algo extraño en lo más profundo de su corazón, algo que no encajaba con su forma de ser. ¿Sería que empezaba a ser consciente de haberse quedado completamente solo en el mundo? Aunque su padrino hubiera estado diez años en coma, era su único nexo con el pasado. Sin embargo, no quería caer otra vez en sus sombríos pensamientos. Necesitaba una distracción, y la belleza local que tenía delante era la candidata perfecta. Como no estaba seguro de que fuera una decisión sensata, examinó los motivos por los que quería que se quedara con él. No tenía intención de seducirla. No era del tipo de mujeres que le gustaban y, aunque lo hubiera sido, supuso que tendría un montón de familiares que exigirían que se casara con ella si la llegaba a tocar. Pero ¿Qué podía pasar si se limitaban a charlar un rato? Teóricamente, nada. Y, por otra parte, se sentía desconcertantemente atraído por la expresión de cansancio que ensombrecía sus rasgos, como si cargara todo el peso del mundo sobre sus hombros.
–¿Se tiene que ir? ¿O se puede quedar un poco más? –le preguntó, tomando una decisión.
Paula se quedó tan sorprendida por su ofrecimiento como por el repentino y triste destello de sus ojos. ¿Estaría pensando en su padrino? Fuera como fuera, pensó que la vida podía ser de lo más extraña. Aquel hombre tenía todo lo que pudiera desear, pero cualquiera habría dicho que no era feliz. Su primer impulso fue el de darle las gracias y declinar amablemente su invitación. Pedro Alfonso no pertenecía a su mundo. No tenían nada en común. Y, por si eso fuera poco, sospechaba que podía ser peligroso para ella. Pero ¿no había ido acaso a la playa porque necesitaba sentir algo nuevo? ¿No había escapado de su casa porque estaba harta de su rutinaria existencia? Ahora tenía la oportunidad que tanto anhelaba. Además, la cercanía de su cuerpo la estaba volviendo loca. Los pezones se le habían endurecido bajo la camiseta, y notaba un calor insidioso en lo más profundo de su ser. ¿Sería el deseo sexual del que tanto hablaban sus amigas?
–Me puedo quedar –respondió.
–En ese caso, ¿Le apetece una copa de vino? –preguntó Pedro con humor–. ¿O no tiene edad suficiente para beber?
–La tengo de sobra, pero hace demasiado calor para tomar vino –dijo Paula, que quería estar completamente despejada–. Prefiero un granizado de limón.
–Ah, un granizado… Hace años que no me tomo uno.
Al final, Pedro pidió dos granizados y, cuando ya se los habían servido, la miró de nuevo y preguntó:
–¿Se da cuenta de que estoy en desventaja?
–¿A qué se refiere?
–A que sabe quién soy, pero yo no sé ni su nombre.
Ella bebió un poco, y pensó que era el mejor granizado de limón que había probado en toda su vida. Por lo visto, sus excitados sentidos se habían vuelto más perceptivos que nunca. Hasta el cielo le parecía más azul.
–Soy Paula Chaves, aunque mis amigos me llaman Pau.
–¿Y cómo prefiere que la llame yo?
La pregunta de Pedro no podía ser más inocente, pero la intensidad de sus ojos le dió un carácter descaradamente sensual, que a Paula le encantó. No sabía nada del arte del coqueteo; fundamentalmente, porque nunca había conocido a un hombre con quien quisiera coquetear, pero le pareció tan fácil como agradable.
–Llámeme Pau.
Él la miró en silencio durante un par de segundos.
–Así lo haré. Y ya que está dispuesta a quedarse conmigo, ¿Qué le parece si dejamos la cautela a un lado y comemos juntos?
Paula se ruborizó un poco, preguntándose qué habría pensado su amiga Florencia si la hubiera visto en ese momento. Ya no podría bromear diciendo que era una antipática. Y, en cuanto a los dos pretendientes que había rechazado, tendrían que tragarse sus crueles comentarios sobre su supuesta frigidez.
–Me parece perfecto –contestó, dedicándole una sonrisa.
El sol estaba más bajo en el horizonte, y la gente que había abandonado la playa durante las horas centrales del día regresó a las tumbonas. Paula se fijó entonces en las mujeres que se empezaron a poner crema. A diferencia de ella, no tenían la frente cubierta de sudor, ni la ropa pegada al cuerpo. Estaban perfectas, y se sintió ridícula en comparación. ¿Cómo era posible que un famoso multimillonario como Pedro Alfonso la hubiera invitado a comer? ¿Por qué no había elegido a alguna de esas maravillosas mujeres?
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