martes, 6 de junio de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 49

Lo miró durante un largo instante, y cuando pensó que iba a rechazarlo, Paula frunció el ceño.


–¿Qué te ha pasado en la boca? –le preguntó asombrada.


Pedro se llevó el dedo a la comisura del labio donde le había pegado Gonzalo y esbozó una sonrisa ladeada.


–Nada que no me mereciera.


–¿Mi hermano te hizo eso? –preguntó furiosa antes de desaparecer en el oscuro vestíbulo de la villa murmurando promesas de revancha.


–¿Paula? –preguntó él doblando la esquina y viéndola sacar el móvil.


–Un momento.


Pedro frunció el ceño, confundido. No era precisamente así como tenía pensado que transcurriera aquello.


–Paula…


Su nombre era como un bálsamo en sus labios, y si ella le daba la oportunidad, lo repetiría un millón de veces al día.


–¿Qué? –preguntó ella cuando Pedro se acercó y señaló el teléfono que tenía en la mano. 


–No quiero hablar de Gonzalo ni de nada más ahora mismo. He venido a…


Ella ladeó la cabeza, y durante un momento le resultó idéntica a aquella noche en Andorra. Pero ahora sentía muchas más cosas. Sentía tanto que no entendía cómo no estallaba. Pero Paula seguía distraída por el móvil, por Gonzalo, buscando claramente cualquier excusa que le hiciera ganar tiempo. Aquello no era lo que Pedro quería en absoluto. Se dió la vuelta y se dirigió hacia el vestíbulo.


–¿Dónde vas…?


Escuchó la voz de Paula a su espalda justo antes de salir por la puerta.


–Vamos a empezar otra vez desde el principio. Porque es importante. Quiero hacerlo bien –aseguró con decisión aspirando con fuerza el aire.


Esperó un instante, se recompuso y llamó a la puerta abierta con los nudillos. Ella compuso una expresión entre asombrada, divertida y triste, y sobre todo, confundida. 


–¿Puedo entrar, Paula? 


Esta vez ella pareció tomarse su tiempo para considerarlo. Y en aquel momento, Pedro sintió que se le detenía el corazón dentro del pecho. Porque entre las largas sombras proyectadas desde ambos lados del vestíbulo, pudo ver cuánto había crecido su hijo. Y todo su ser deseó ponerse de rodillas, colocar la cabeza en su vientre y suplicarle perdón. Paula se apartó a un lado antes de que Pedro tuviera la oportunidad de hacerlo, y le hizo un gesto para que entrara. Esta vez la siguió sin fijarse mucho en la casa hasta que salieron al patio soleado más bonito que había visto en su vida. Por encima de sus cabezas colgaba un palio de flores blancas y púrpuras, y el aroma a jazmín le arrebataba los sentidos. Le maravillaba porque era completamente como Paula: Cálida, colorida, dulce… Perfecta. Era todo lo que había echado de menos desde el momento en que la apartó de su vida. Pedro sacudió la cabeza ante el mar de pensamientos que se estrellaban contra su mente. No sabía por dónde empezar, y le daba miedo no saber explicarse por los nervios. Lo había repasado muchas veces. Había repetido mentalmente una y otra vez las palabras en su cabeza mientras iba de camino hacia allí. Pero ahora, con Paula delante…


–¿Saco el banco? –preguntó ella.


Era una ramita de olivo y una oportunidad. Para empezar de nuevo. Para hacer las cosas bien. Pero eso significaría ignorar todo lo que había pasado entre ellos. Todo lo que Paula lo había ayudado a ver sobre sí mismo, todo lo que se había dado cuenta que no hacía bien.


–Me quedaré de pie, gracias –Pedro dejó escapar un suspiro y dirigió un instante la mirada hacia los campos de girasoles que los rodeaban mientras escogía las palabras–. Paula, no puedo pedirte que me perdones por lo de aquella noche. Dejarte en el restaurante fue imperdonable.


Ahora que por fin había encontrado el valor, miró de reojo a Paula… Aterrorizado por encontrar en su expresión dureza, y sin pensar ni por un momento que pudiera recibir clemencia. Pero lo que vió fue paciencia, una paciencia que no se merecía, pero que recibiría con los brazos abiertos. 

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