jueves, 29 de junio de 2023

Tentación: Capítulo 25

Sin embargo, Paula insistió en mirarlo de aquella manera, haciendo añicos su fuerza de voluntad y, de repente, Pedro se dijo que hablar de sus padres no era tan relevante. A fin de cuentas, ya no le importaba lo que había pasado. Y, además, hablar de ello le permitiría concentrarse en algo distinto de sus pecaminosos senos, que subían y bajaban bajo el vestido cada vez que respiraba.


–Mi padre era pescador, aunque no se le daba muy bien –respondió, tras beberse su copa de vino–. ¿Sabes lo que dicen de la suerte de los pescadores?


Ella sacudió la cabeza.


–No, no lo sé.


–Que consiste en mojarse y no pescar nada –replicó Pedro con sorna–. A él le pasaba eso, lo cual nos convirtió en una de las familias más pobres de la isla. Acabamos en el fondo de un pozo, por así decirlo. Y, naturalmente, mi madre estaba descontenta.


Paula guardó silencio por miedo a que dejara de hablar. Y fue una táctica acertada, porque Pedro se relajó.


–Vivir en la pobreza no entraba en sus cálculos. Mi madre era una mujer preciosa, que siempre había llamado la atención de los hombres, y mi padre empezó a sentir celos. Se gritaban todo el tiempo. Él la acusaba de coquetear con otros, de llevar ropa demasiado ajustada y de ponerse un carmín demasiado rojo –le explicó–. A veces, gritaban tanto que los vecinos se despertaban y los perros se ponían a ladrar.


Él respiró hondo y retomó su historia.


–Vivir con ellos era como estar en un cuadrilátero, mirando una pelea que no terminaba nunca, esperando a que uno de los contendientes acabara con el otro. Era como tener una bomba de relojería en un rincón y no saber cuándo va a estallar.


–Y estalló, claro.


Pedro asintió.


–Sí, por supuesto. Un día, mientras mi padre estaba pescando, apareció un vendedor que sedujo a mi madre con unas cuantas medias de seda y la promesa de una vida mejor –dijo–. Cuando llegué a casa, estaba a punto de marcharse en el moderno coche de su amante.


Pedro se sumió en la oscura nube de su pasado, y le contó lo sucedido a continuación. Le dijo que su madre se agachó a su lado y le prometió que enviaría a buscarlo. Le dijo que le dio un beso en la mejilla mientras el vendedor lo miraba como si fuera invisible, un irritante y pequeño obstáculo en el camino de sus deseos. Le contó que él rompió a llorar y le rogó que no lo abandonara.


–¿Y qué pasó después? –preguntó ella.


–Que se subieron al coche y se fueron entre una nube de polvo, dejándome sumido en la vergüenza.


–Pero tu madre no envió a buscarte.


–Claro que no –replicó él–. Y, cuando comprendí que no iba a cumplir su promesa, me prometí a mí mismo que no cometería nunca el error de mi padre: Perder la cabeza por una mujer que no se lo merecía.


Pedro respiró hondo y añadió:


–Mi madre y su amante se mataron al año siguiente en un accidente de circulación y, poco después, mi padre desapareció en el mar sin dejar rastro. La gente dice que también fue un accidente, pero yo creo que se mató porque ya no quería vivir.


–Oh, Pedro… –dijo ella, estremecida–. Es terrible.


Él sacudió la cabeza y alzó una mano. 

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