Las lágrimas caían ahora libremente por las mejillas de Paula. Estaba abrumada por lo bien que Pedro había entendido lo que había intentado imbuir en el regalo, la sensación de conexión entre ellos parecía ahora más poderosa incluso. Pero sabía que tenía que hablar, necesitaba decir las palabras que tenía en el corazón. Tomó las manos de él entre las suyas.
–Quiero… Necesito que sepas que yo también te escuché. Sé que aquellas noches nos dijimos cosas duras, pero igual que tú encontraste bondad en ella, yo también lo hice. Me dí cuenta de que mucho de lo que decías es verdad. Tenía tanto miedo de ser rechazada, de no ser querida, que tejía fantasías alrededor de las relaciones, metiéndome en papeles de los que podía zafarme y seguir adelante si esas relaciones fracasaban. Y eso no era justo para nadie, para mi padre, mi hermano, ni para mí misma. He ido a ver a mi padre –confesó con una débil sonrisa–. Y no, no va a cambiar de pronto, pero al replantear nuestra relación no con lo que yo quería que fuera, sino con cómo era y cómo podría ser… Algo sanó. Y no podría haberlo hecho sin ti ni sin lo que me dijiste aquella noche. Pero sobre todo, debido a aquella noche, me obligué a mirar de verdad quién soy, quién quiero ser. Estoy empezando a conocer a Paula.
Sonrió al decir aquellas palabras.
–Y me cae bien. Me gusta ir descubriendo quién soy de verdad, y nada en el mundo me gustaría más que me acompañaras en ese viaje de descubrimiento. Y estoy muy agradecida por aquella noche en Andorra. Creo sinceramente que me enamoré de tí aquella primera noche. En cierto modo, allí fuimos más nosotros mismos que nunca. Y me encantaría pasar el resto de mi vida siendo así contigo y con nuestro hijo.
–¿Puedes volver a decir eso? –le pidió Pedro exhalando un tembloroso suspiro.
–¿Todo? –preguntó ella, pensando que sería incapaz de hacerlo.
–No. Solo la parte más importante.
Paula entendió entonces lo que buscaba y sonrió.
–Te amo, Pedro Alfonso.
–Nunca me cansaré de escuchar eso, Paula. Ni tampoco me cansaré nunca de repetirlo yo también. Te amo muchísimo.
Ella extendió la mano para acariciarle la mandíbula, para atraerlo hacia sí y besarlo con un beso lleno de alegría, amor, aceptación, pasión y deseo. El corazón se le llenó de felicidad cuando Pedro la levantó del suelo en brazos y se enredaron entre el jazmín como si estuvieran entrelazados para siempre. Él llevaría aquel brazalete todos los días de su vida. Durante el nacimiento de su primer hijo, una niña preciosa, bulliciosa, alegre y pícara, y su segundo hijo, un niño hermoso, a veces serio, pero siempre amable, cariñoso y considerado. Lo llevó cuando renovó sus votos con su esposa en la boda que finalmente quiso darle, rodeados de familia y amigos, risas, amor y felicidad. Y lo llevaría cuando atravesaran las tormentas de las pérdidas y el dolor, pero siempre lo llevaría con el amor que le llenaba completamente el corazón, el amor por su esposa, sus hijos, sus padres y por sí mismo. Y nunca dejaría de estarle agradecido a aquella maravillosa mujer que le había abierto el corazón al amor y le había enseñado que no era la bestia que había pensado ser durante tanto tiempo, sino alguien digno de la reina de su corazón.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario