jueves, 15 de junio de 2023

Tentación: Capítulo 11

Al principio, Paula pensó que estaba sola, porque el silencio era absoluto. Pero luego, se sobrepuso al extraño sentimiento de plenitud que la dominaba, abrió los ojos y, tras estirarse con languidez, vió que Pedro estaba junto al balcón, completamente vestido. Mientras lo admiraba, recordó lo sucedido y soltó un gemido que él debió de oír, porque se giró de repente. Ella pensó entonces que era el hombre más atractivo del mundo, y deseó volver a vivir su experiencia nocturna. Habían hecho el amor varias veces, y todas habían sido tan arrebatadoras que él la había tenido que cubrir de besos para calmarla.


–Ah, estás despierta.


–Lo estoy –replicó ella, intentando que no se le quebrara la voz.


Había sido una noche maravillosa. Había perdido su virginidad y había descubierto el amor de la forma más apasionada posible. Pero eso era todo, por mucho que se hubiera abierto a él en los momentos de descanso y le hubiera confesado su sueño de marcharse a vivir sola y hacer algo con su vida. Sabía a lo que estaba jugando. Sabía que no tenían ningún futuro, y que no debía cometer el error de hacerse ilusiones. Pedro se lo había dejado bien claro. Le había dicho que solo sería sexo, una noche de amor y nada más.


–Parece que te tienes que ir –continuó ella–. Pero no te preocupes por mí. Estoy bien.


Pedro la miró con una inseguridad impropia de él. Sí, sentía la necesidad de marcharse, y tan lejos de allí como pudiera. Pero se sintió un cobarde; en parte, porque le había quitado la virginidad y, en parte, porque la inexperiencia de Paula no había impedido que se mostrara asombrosamente apasionada. ¿Qué había pasado allí? Durante algunos momentos de la noche, se había sentido como si fuera víctima de un hechizo. Una chica de provincias que acababa de descubrir el amor había conseguido algo sorprendente: Que perdiera el control de sus emociones. Y no le gustaba nada. Nada en absoluto.


–¿Seguro que estás bien?


–Sí.


Él sacudió la cabeza.


–No lo comprendo, Paula. ¿Por qué me has ofrecido tu virginidad? – preguntó, perplejo–. Soy prácticamente un desconocido.


Paula se sentó en la cama, y su melena de oscuros rizos cayó sobre sus rosados pezones, excitándolo.


–Ni yo te he ofrecido mi virginidad ni tú me la has quitado –contestó ella–. Es algo natural, que ocurre todo el tiempo. Cosas de la vida.


–Ya, pero tú has elegido perderla con un hombre como yo, que solo quiere un poco de diversión cuando se cansa del trabajo.


Paula clavó en él sus grandes ojos y dijo, sorprendiéndolo otra vez:


–No quiero que te vayas. Quiero que me enseñes.


Pedro frunció el ceño.


–¿Enseñarte? ¿Qué quieres que te enseñe?


–Todo lo que sepas sobre el placer.



Pedro cruzó la habitación y se sentó en la cama, reviviendo de nuevo su experiencia nocturna. Paula lo había vuelto loco con su mezcla de inocencia y apetito sexual. Y ahora, pretendía volverlo loco con su deseo de aprenderlo todo sobre el placer.


–¿No te echará nadie de menos? –preguntó, manteniendo las distancias para no caer en la tentación de tocarla–. ¿No se habrá preocupado nadie por tu ausencia?


Ella volvió a sacudir la cabeza.

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