martes, 13 de junio de 2023

Tentación: Capítulo 6

Paula miró a las mujeres de la playa, cuyos bikinis consistían en unos triángulos diminutos que alguien tan exuberante como ella no se habría podido poner; y, mientras las miraba, se preguntó cómo reaccionarían si pasara a su lado con su viejo bañador. Seguramente, la echarían por cometer un delito contra la moda.


–No, aquí no. Es una playa privada, que solo pueden usar los clientes del hotel.


–Bueno, yo no me preocuparía por eso –declaró él, consciente de que nadie le negaba nada–. Seguro que no ponen objeción.


Paula sacudió la cabeza,


–Se lo agradezco mucho, pero yo… –se detuvo, presa del pánico–. Olvide lo que he dicho. Si no le importa, preferiría nadar en otra parte.


Pedro la miró con interés.


–¿Le apetece nadar en mi villa? No hay nadie.


Paula se quedó atónita.


–¿Es que se va a quedar aquí? ¿En Sicilia?


Él se encogió de hombros.


–Solo a pasar la noche. Vuelvo a San Francisco por la mañana.


–No quiero causarle molestias.


–No es ninguna molestia. Mi coche está fuera.


–Y mi moto.


–Entonces, le diré a mi chófer que vuelva en ella y la llevaré yo mismo a mi villa. Podrá nadar tanto como quiera y marcharse cuando le apetezca.


–¿Y a su chófer no le importará?


–Le pago para que no le importe –contestó él con arrogancia–. Y le pago bastante bien.


Ella se mordió el labio inferior, y Pedro pensó que era manifiestamente besable. ¿Se lo habría mordido para provocarle esa reacción? No tenía forma de saberlo. Estaba acostumbrado a que las mujeres coquetearan con él; pero Paula Chaves mantenía las distancias, y esa novedad le resultaba de lo más excitante.


-Bueno, por qué no –contestó ella, apartándose el pelo de la cara.


Pedro frunció el ceño, porque no era la respuesta entusiasta que esperaba. Ni siquiera le había dado las gracias. Desconcertado, se levantó de la silla y la volvió a mirar. ¿De qué iba aquella preciosa siciliana? ¿Y qué pretendía él? ¿Seducirla? ¿Arrancarle los vaqueros y su casi puritana camiseta para contemplar las delicias que ocultaban? En principio, no. Nunca le habían gustado las aventuras de una sola noche y, aunque le hubieran gustado, no se podía acostar con una provinciana que confundiría el sexo con el amor y se haría ilusiones. Solo intentaba ser amable.


–Muy bien. Pues vámonos –replicó.


Tal como Paula sospechaba, el chófer se sorprendió un poco cuando le dieron el casco y le dijeron que llevara la motocicleta a la casa, pero no protestó; se limitó a subir a la pequeña máquina de 50 cc. mientras su jefe le abría a ella la puerta de su coche. Y menudo coche. Era una limusina de asientos de cuero, cuyo motor hizo menos ruido que su secador de pelo cuando Pedro arrancó, tomó una de las carreteras de la zona y, a continuación, giró en uno de los caminos de la falda contraria de la montaña. Ella tuvo la impresión de que aquel lugar pertenecía a otro mundo; era el más tranquilo y bonito de la isla, donde los turistas ricos gastaban ingentes sumas de dinero para poder vivir el sueño siciliano o, más bien, una versión lujosa del mismo. Pero no pudo disfrutar de la belleza del paisaje, porque no podía apartar la vista de las musculosas piernas de su anfitrión.


–¿Está cómoda? –preguntó él.


–Mucho –mintió Paula.


Pedro se había puesto unas gafas de sol, y le parecía más sexy e inaccesible que nunca, aunque no le sorprendió demasiado. A fin de cuentas, estaba con un hombre inaccesible de verdad, un multimillonario imponente que vivía en San Francisco y llevaba una vida completamente distinta a la suya. Sin embargo, ese pensamiento no impidió que se le endurecieran los pechos ni que aumentara su tensión sexual; de hecho, había llegado a tal punto que casi no podía respirar con normalidad. Pero, a pesar de ello, sacó el teléfono móvil de la mochila y lo apagó, porque no quería que su madre le arruinara el día con una llamada. Había encontrado la aventura que buscaba y, aunque no se hacía ilusiones con lo que pudiera pasar, estaba decidida a disfrutar cada segundo.


–¡Madonna mía! –exclamó al entrar en la propiedad de Pedro, rodeada por una gran verja de hierro–. ¿Esto es real?


Él sonrió.

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