jueves, 24 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 52

Pedro siguió leyendo:  "Pedro me ha besado. No sé si quería hacerlo y no sé si ocurrirá otra vez, pero tengo la impresión de que necesita que lo rescaten de sí mismo. Esa podría ser mi próxima misión: Rescatar al doctor Alfonso". ¿Rescatarlo de sí mismo? ¿Tan patético era? Sí, tuvo que reconocer. Patético y estúpido. Dejar escapar a una mujer como Paula... Pedro siguió leyendo hasta llegar a una de las últimas páginas: "Anoche hicimos el amor. Al menos, yo pensé que habíamos hecho el amor. Pero quizá para él solo ha sido sexo". Había algo tan tierno en aquella declaración que los ojos de Pedro se humedecieron. Una de las frases parecía borrosa, como si sobre ella hubiera caído una lágrima de Paula. Pedro tragó saliva mientras seguía leyendo: "Iván viene mañana a comer porque quiere preguntarme una cosa. Espero que no sea lo que me temo. Amanda y Pegaso han tenido un dramático accidente en la carretera esta mañana. Pensé que habían muerto los dos, pero creo que van a ponerse bien. Oh, Pedro, te amo, pero me vuelves loca. ¿Por qué no me abres tu corazón? Pensé que había algo muy especial entre tú y yo, pero quizá me he equivocado". ¿Te amo?, Pedro tuvo que toser para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Después de eso solo había escrito: "Me rindo. No puedo rescatarlo, es imposible. Este fin de semana me voy a Londres. Estoy harta. Le he dicho a Iván que sí y nos veremos mañana por la noche. Al menos con él no tengo que estar preguntándome cada cinco minutos si le gusto o no le gusto". Pedro hubiera querido ponerse a gritar. Tenía que darle una oportunidad, tenía que hablar con ella antes de que fuera demasiado tarde. ¿Qué significaba ese «Sí» a Iván? ¿Que iba a acostarse con él, que quería vivir con él?  ¿Que iba a casarse con él? Después de tomar a Frida en brazos, salió de la casa a toda prisa.


—Sé bueno, Simba. Y tú también, Frida. Volveré mañana por la mañana pase lo que pase. Les dejo comida y agua para todo el día.


Después de tomar la tarjeta de Iván, que Paula había pegado a la nevera, cerró la puerta con llave y entró en el jeep. Tendría que pasarse por la clínica para buscar la dirección de ella. No debería conducir, pero era una emergencia. Tenía que hablar con Paula antes de que hiciera algo irrevocable. ¿Cómo qué? ¿Acostarse con Iván? La idea de que Iván la tocara le ponía la piel de gallina.


—Es mía —murmuró—. No te atrevas a tocarle un pelo, bastardo.


Pedro conducía a más velocidad de la debida en aquella horrenda carretera, pero tenía prisa. Nunca antes había tenido tanta prisa. Entró en la clínica, le pidió a la recepcionista la dirección de Lucie en Londres y después tomó la autopista como un rayo. Llegó en un tiempo récord, probablemente dejando atrás docenas de multas por exceso de velocidad que el radar de la policía habría captado, pero le daba igual. Paró un momento para mirar el plano y al cabo de diez minutos estaba frente a la casa de Paula. Y allí, aparcado, estaba su coche. Pedro estacionó en el primer sitio que encontró, seguramente en zona prohibida. Mientras se acercaba al portal, iba pensando si ella estaría allí, si estaría con Iván...


—¿Quién es? —escuchó su voz por el telefonillo. 


—Paula, soy Pedro. Abre.


Él subió las escaleras de dos en dos, con el corazón en la garganta.


—¿Pasa algo? —le preguntó Paula, con cara de susto.


Pedro pasó a su lado, abriendo todas las puertas, registrando...


—¿Qué haces?


—¿Dónde está? 

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