martes, 1 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 22

 —¿Estás bien? —le preguntó.


—Sí —gritó él—. Gracias.


Paula sonrió. Pedro no podía soportar tener que pedirle ayuda. Pero no sabía por qué. A ella no le importaba nada echar una mano... Siempre que se portara con educación. Mientras esperaba, decidió echar un vistazo al resto de la casa. Al final del pasillo, había algunas puertas cerradas que la intrigaban...


—¿Puedo echar un vistazo por la casa? —preguntó, frente a la puerta del baño. 


Paula escuchó un chapoteo y algo que no pudo entender. Mejor.


—Sí. Pero en el desván no hay luz, así que toma una linterna de la cocina. Y cuidado con los agujeros.


¿Agujeros?


Cuando entró en el desván, cubierto de telarañas, Paula sintió un escalofrío. El tejado había sido reparado, pero el suelo estaba levantado en muchos sitios, seguramente a causa de la humedad, así que lo de los agujeros era cierto. Más que cierto, a través de uno de ellos podía ver una habitación en el piso de abajo. Típico de Pedro subestimar el asunto, como cuando le dijo que la carretera «Tenía algunos baches». Podía imaginarlo diciéndole a un paciente moribundo: «no se preocupe, se le pasará enseguida». Baches... cráteres más bien. Paula se acercó a una de las ventanas desde la que podía verse el río, que parecía de plata a la luz de la luna. Imaginaba que, una vez arreglada del todo, aquella habitación sería un lujo. Era lógico que Pedro se sintiera frustrado por la inactividad, con todo lo que tenía que hacer. Ella bajó de nuevo al primer piso, a la habitación que podía verse desde el desván. Era un caos. Para ser más exactos, era como un almacén, lleno de latas de pintura y tablas de madera. Pero también aquella habitación era bonita, con una chimenea de ladrillo y tres ventanas desde las que podía verse el campo. Y tenía luz... Bueno, una bombilla colgando de un cable. Unos minutos después, subió de nuevo al segundo piso y puso la oreja en la puerta del baño. No oía nada.


—¿Te encuentras bien, Pedro? —lo llamó. Silencio absoluto—. ¿Pedro?


Dios mío... ¿Y si se había escurrido en la bañera mientras ella estaba abajo? Paula volvió a llamarlo y, como no contestaba, abrió la puerta, con el corazón encogido... Estaba dormido. Pedro estaba dormido en el agua, con la escayola envuelta en plástico fuera de la bañera. Incapaz de contenerse, deslizó la mirada por el cuerpo desnudo del hombre... Un gesto puramente profesional para comprobar cómo iban los hematomas. La bañera estaba llena de espuma, pero aun así podía ver ver cada centímetro del fantástico cuerpo masculino. El oscuro vello que cubría tanto el torso como las piernas subrayaba su masculinidad. Aunque no necesitaba que nada la subrayase. Paula se dió la vuelta y cerró la puerta antes de llamar de nuevo.


—¿Te encuentras bien? —le gritó.


Entonces escuchó un chapoteo.


—Sí, estoy bien —contestó Pedro, medio dormido.


Ella se quedó un rato en la puerta, escuchando chapoteos, gruñidos y maldiciones. Por fin, suspirando, volvió con Simba a la seguridad de la cocina, encendió la radio e intentó no pensar en Pedro y en su hermoso cuerpo desnudo. Pero no valió de nada. En la radio solo ponían canciones de amor que ella canturreaba sin dejar de pensar en su atractivo instructor. Estaba tan guapo en la bañera, con los ojitos cerrados, desnudo, tan atractivo, tan... Potente. Era como un afrodisíaco. La imagen era tan clara que casi podría haber alargado la mano para tocar la suave piel bajo la que había unos poderosos músculos...


—Oh, no —murmuró, mientras limpiaba los platos.


Intentando concentrarse en la música, empezó a canturrear y, cuando se dió la vuelta...  Se encontró con él, mirándola con expresión inescrutable desde la puerta de la cocina. Paula se puso colorada como un tomate.


—¿Te importa ponerme el cabestrillo? 

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