martes, 15 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 37

Paula gimió suavemente cuando volvió a tomar su boca, aquella vez casi con desesperación. La deseaba, deseaba tocarla y enterrarse en ella. Deseaba cosas que no debía desear. Ella era de Iván. Con un gemido ronco de agonía, Pedro consiguió apartarse.


—Paula, yo...


Paula le puso un dedo sobre los labios.


—No digas nada.


—Tengo que irme.


—Hasta mañana.


Paula se puso de puntillas y le dió un beso en la cara, con sus pechos aplastándose contra el torso masculino. Pedro abrió la puerta y salió, tan ciego que casi aplastó a Frida con la bota.


—Maldita sea —murmuró.


Paula rió, una risa ronca y suave que lo torturaba.


—Se mete aquí por la noche. Sube por la ventana y se mete en mi cama.


Qué suerte, pensó Pedro.


—Hasta mañana.


Simba lo recibió moviendo la cola y él lo acarició, distraído. No podría dormir aquella noche, pero necesitaba descansar. Corrección: Necesitaba a Paula, pero no iba a tenerla. Ni aquella noche, ni nunca.



Paula se metió en la cama sintiendo un hormigueo en los labios. Pobre Iván. Tenía razón. Pedro no tuvo nada que ver antes de que se fuera de Londres... Pero sí tenía que ver en aquel momento. Especialmente, después de aquel beso. Iván la había besado también, pero en la cara, porque eso era lo único que ella le permitía. Sin embargo, a Pedro se lo habría permitido todo. Todo. Tomó su diario y anotó: "Estoy, haciendo progresos. Ha vuelto a besarme. Él sigue pareciendo lamentarlo, pero yo no. Ojalá se hubiera quedado esta noche". Después, dejó el diario sobre la mesilla y apagó la luz. Intentaba dormirse, pero recordaba el beso una y otra vez. Y eso le hacía sentir un anhelo desconocido. Un anhelo y un nudo en la garganta porque, en algún momento durante aquel beso, se había dado cuenta de que estaba enamorada de él. ¿Cómo podía haberse enamorado de alguien tan gruñón, tan hostil? Porque Pedro no era así en realidad. Porque el auténtico Pedro era encantador, dulce y adorable. Sí, ya, y estaba buscando una mujer para compartir su vida, se dijo entonces, irónica. Todo lo contrario, lo que quería era estar solo. Era un hombre solitario y, aunque la deseaba, y eso era obvio, lamentaba hacerlo. ¿Por qué? Tendría que preguntarle ella misma. Si se atrevía.



Pedro llamó a su puerta a las diez y media, cuando estaba limpiando los platos del desayuno. Paula abrió la puerta con una sonrisa que seguramente decía demasiado. Nunca se le había dado bien disimular sus sentimientos.


—Hola. ¿Quieres un café?


—¿Café?


Estaba guapísimo aquella mañana. Se había puesto los vaqueros que llevaba el día del accidente, de modo que ya podía desabrocharse los botones de la bragueta, pensó. Un pensamiento muy poco adecuado.


—¿Sí o no?


—Sí —contestó él por fin—. He estado pensando en tus prácticas.


«Oh, no», pensó Paula. «Va a decirme que no podemos seguir porque la atracción que sentimos es un problema y yo voy a tener que volver a Londres».


—¿Porqué?


—Los pacientes que has tenido hasta ahora, excepto Valentina y su bola de pelo, son demasiado complacientes. Necesitas entrenarte con pacientes más problemáticos.

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