Paula se despertó muy contenta. Nunca había hecho el amor de una forma tan hermosa, tan tierna, tan sensual. Se sentía como una persona nueva, completa. Y todo gracias a Pedro. Cuando se dió la vuelta para darle un beso, vió que él no estaba en la cama.
—¿Pedro?
No hubo respuesta. La casa estaba en silencio. Vacía. Paula se puso el albornoz y fue a buscarlo al cuarto de estar. No estaba allí, ni tampoco en el cuarto de baño. Cuando tocó la tetera, notó que estaba fría. ¿Cuándo se había marchado? ¿En medio de la noche? Cuando miró hacia su casa, no lo vió por la ventana. Volvió a la cama y tocó el lado en el que Pedro había dormido. Estaba frío. Quizá había ido a sacar a Simba, pensó. Después de ducharse rápidamente, se vistió y fue a buscarlo. La puerta estaba abierta, como siempre, y lo encontró en la cocina, tomando una taza de café con expresión seria.
—Hola.
Pedro levantó la cabeza. Sus ojos eran inescrutables. La noche anterior había podido leer en ellos como si fueran un libro abierto, pero no aquella mañana. Aquella mañana eran distantes, remotos.
—Hola.
—¿Pasa algo? —preguntó Paula, incómoda.
Él se encogió de hombros.
—No se me da bien lo del día siguiente.
—Ya me he dado cuenta. ¿Te importa si tomo un café?
—Haz lo que quieras. Siempre lo haces.
Paula lo miró, con tristeza. La intimidad de la noche anterior, la ternura, las palabras cariñosas... todo había desaparecido de golpe.
—¿Has desayunado? —preguntó, intentando aparentar que no pasaba nada.
—Aún no.
—¿Quieres una tostada?
—Si la haces tú...
No iba a ponérselo fácil, eso era seguro, pero Paula no pensaba rendirse. Metió el pan en el tostador y se sentó frente a él para que no pudiera evitar su mirada. Pero él lo hizo a pesar de todo. Se quedó mirando su taza de café como si su vida dependiera de ello y, cuando Lucie alargó la mano para tocarlo, Pedro se apartó.
—¿Qué pasa? ¿Estás enfadado conmigo?
—No me hagas caso. Yo soy así —contestó él.
—Eso explica por qué sigues soltero a los treinta y tres años —intentó sonreír Paula.
Desayunaron en silencio y Pedro se levantó nada más terminar.
—Voy a sacar a Simba.
—¿Puedo ir contigo?
—Como quieras. Pero voy a bajar al río, así que ponte unas botas.
—Vale. Vuelvo enseguida.
Paula corrió hacia su casa, sacó las botas nuevas del armario y se puso una cazadora de pana. Encontró a Pedro esperándola en el camino, con la mano izquierda en el bolsillo de la chaqueta y Simba dando vueltas como loco, dispuesto a empezar su paseo. Él empezó a caminar sin esperarla y ella tuvo, que correr para llegar a su lado, nerviosa y sorprendida por su actitud. El hombre que le había hecho el amor por la noche había desaparecido y allí estaba el insoportable Pedro, el obstinado y antipático Pedro otra vez. Tuvo que ir casi corriendo detrás de él todo el camino. Parecía estar haciéndolo a propósito para fastidiarla. Cuando llegaron al río, Paula decidió dejar de correr. Se tomaría su tiempo, disfrutando de las flores y la luz del sol reflejada en el agua. Tarde o temprano, él tendría que volver por allí.
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