Paula suspiró, aliviada.
—¿Y qué sugieres? ¿Que me pelee con ellos?
—No, que interpretes un papel.
—¿Cómo?
—Que hagas tu papel —repitió Pedro.
De todo lo que había aprendido en la universidad, lo que menos le gustaba era hacer su papel. No mucha gente lo sabía, pero los médicos recibían clases de interpretación para tratar con todo tipo de pacientes. A Paula se le daba bien, pero no podía tomárselo en serio y siempre se le ocurría añadir algo que lo estropeaba todo. Su profesor de arte dramático la regañaba y los tutores se llevaban las manos a la cabeza. Y Pedro quería que hiciera ejercicios con él.
—No puedo hacerlo —dijo, con firmeza.
—Claro que puedes. Tienes que intentarlo. Al principio, da un poco de vergüenza, pero luego uno se acostumbra.
¿Vergüenza? De eso nada. Probablemente lo dejaría tan boquiabierto que escribiría un mal informe sobre sus prácticas. Pero había una expresión implacable en el rostro masculino y Paula tenía la impresión de que lo decía muy en serio.
—¿Cuándo? —suspiró por fin.
—Ahora.
—¿Ahora mismo?
—¿Tienes algo que hacer?
—No, pero... Es tu fin de semana libre —dijo Paula, buscando cualquier excusa.
—Y puedo hacer tantas cosas... —suspiró Pedro, levantando el brazo escayolado.
«Podrías hacerme el amor», pensó ella entonces. Por un momento, creyó que lo había dicho en voz alta y se puso como un tomate. Aparentemente no lo había hecho porque él tomó la taza de café sin decir nada.
—No voy a morderte.
—Vale, lo que tú quieras —dijo Paula.
Hasta podrían reírse. Y si no se pasaba mucho, él descubriría que era una gran actriz. Pedro llamó a la puerta y ella abrió, sonriendo.
—Hola —lo saludó alegremente—. Soy la doctora Chaves, siéntese. ¿Qué le duele?
«Ya te gustaría saberlo», pensó Pedro.
—Tengo un problema intestinal, doctora Chaves.
—¿Qué clase de problema?
—Pues... Ya sabe. O voy al baño cada cinco minutos o no voy.
Paula sonrió.
—¿Desde cuándo tiene ese problema? ¿Desde pequeño o le ocurre solo recientemente?
—Pues... Lo tengo de vez en cuando. Bueno, no, lo he tenido siempre. Aunque, ahora que lo pienso, solo me pasa desde hace unas semanas.
—¿Y cuál es exactamente el problema?
—Como le he dicho, o voy al baño o no voy.
—¿Ha cambiado recientemente de dieta?
—No. Dejé de comer verduras cuando murió Katie.
—Ah, ya veo. Su mujer ha fallecido.
—Mi mujer, no. Mi perra.
Paula intentaba no reírse y Pedro tenía que admitir que a él también le costaba trabajo.
—Entonces, ¿No come verduras?
—Solo como comida congelada. Las verduras me dan asco. ¿A usted le gustan las verduras, doctora?
—Pues sí, mucho. ¿Come algo de fruta?
—Me gusta el melocotón en almíbar. Y las fresas, pero normalmente me dan problemas.
—¿Quiere decir que lo hacen ir al baño?
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