Iván se marchaba... Probablemente a comprar una botella de champán y velas para pasar una noche romántica con Paula, pensó Pedro. El lujoso coche se alejaba por el camino muy lentamente debido a los baches, pero volvería, estaba seguro. En coche o a pie, quejándose de la incomodidad de la vida en el campo. Disgustado, se volvió hacia la ventana que daba a la casita. Allí estaba ella, sentada en una silla. Poco después se levantó y fue a la cocina, seguramente para preparar la cena antes de que ese Iván volviera con el champán. Pedro sintió algo que no entendía y no quería analizar, pero que le encogía el corazón. Maldito Iván con su lujoso coche y su pinta de estirado. No sabía lo que había ido a buscar, pero no quería quedarse por allí y presenciar la escena. Llamó a Simba y fueron a pasear hasta el río. Se quedó allí hasta que hacía demasiado frío y estaba demasiado oscuro para cualquiera con dos dedos de frente. Cuando tomó el camino de vuelta, prácticamente tenía que ir mirando al suelo para no tropezar. El coche de Iván no estaba en la puerta. Seguramente habrían ido a alguna parte. O quizá se había metido en un bache y no podía salir, pensó con una sonrisa perversa. ¡Aquella mujer despertaba en él los peores sentimientos! Entró en la cocina, se calentó un poco de beicon, cortó unos tomates y se comió un bocadillo, preguntándose qué estarían cenando Iván y Paula. ¿Salmón ahumado? ¿Langosta? Desde luego, no habrían comido un bocadillo de beicon. En ese momento, alguien llamó a la puerta y, cuando abrió, se encontró con Paula.
—Pensé que habías salido con tu amigo.
—Iván se ha ido.
A Pedro le pareció que lo decía con tristeza. Quizá habían tenido una discusión. Quizá él estaba casado, quizá... Paula miró el bocadillo que tenía en la mano.
—¿Es un bocadillo de beicon?
Pedro la invitó a pasar, absurdamente contento de que ese Iván se hubiera perdido de vista.
—¿Quieres uno?
—Mataría por uno.
—No hace falta. Siéntate ahí.
—Yo te ayudo.
Terminaron chocándose, rozándose y, en general, haciendo que las hormonas de Pedro se subieran por las paredes. Paula olía de maravilla. No estaba seguro qué era, quizá el champú. Aún tenía el pelo mojado, de modo que acababa de ducharse. La idea hizo que le temblara la mano mientras ponía el beicon sobre el plato.
—Toma. A mí se me da fatal cortar el tomate. Antes lo he cortado a hachazos.
—Solo quiero beicon —sonrió ella, cerrando el bocadillo.
Después de dar el primer mordisco, cerró los ojos, en éxtasis, y Pedro tuvo que ahogar un gemido de frustración. ¿Qué le pasaba con aquella mujer?
—¿Está bueno?
—Bonísimo —dijo Paula con la boca llena—. Estoy muerta de hambre.
—¿Y por qué no has cenado?
Ella se encogió de hombros.
—No me apetecía nada de lo que hay en mi nevera.
—Así que has decidido venir a robar en la mía, ¿No? —bromeó Pedro, haciendo un esfuerzo para no preguntar por qué no había cenado con Iván.
—La verdad es que había venido para ver cómo estabas. Como se hizo de noche y no habías vuelto, estaba preocupada.
—Fui a dar un paseo al río —dijo él, disimulando que lo conmovía su preocupación—. No te preocupes por mí, no soy un niño.
—Lo sé, pero con los brazos escayolados y todo lo demás...
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