jueves, 3 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 25

Su departamento era increíblemente ruidoso, pensó Paula mientras guardaba en una caja las cosas que pensaba llevarse a Bredford. El novio de su compañera de piso se había mudado allí, de modo que él pagaría el alquiler durante los seis meses que ella iba a estar fuera. Además, siendo el novio de su amiga, dormía con ella, de modo que podría volver a su apartamento si las cosas se ponían feas. Y quizá sería necesario si Pedro Alfonso seguía siendo tan gruñón durante los seis meses de prácticas. Después de guardar sus cosas, llamó a Iván para quedar. Diez minutos después, él estaba en el portal. Había reservado mesa en uno de los restaurantes más caros y elegantes de Londres. Era una persona con muchas influencias, pensó, irónica. Aunque a ella no la influía en absoluto. Toda aquella pompa la ponía de los nervios y se encontró a sí misma pensando en el bocadillo de jamón que había compartido con Pedro en la cocina. Aquella no era forma de empezar una comida con Iván y Paula se obligó a sí misma a concentrarse. Pero él estaba hablando de sí mismo, como siempre. Por fin, cuando terminaron el pastel de chocolate bañado en licor de menta y servido sobre una base de mermelada de frambuesa aderezada con naranja amarga, Iván le preguntó qué tal en Bredford.


—Bien —contestó ella, lacónica.


—Te echo de menos, Paula.


—Ya, bueno. Hay un caballo debajo de mi habitación, un perro que se llama Simba y una gata que se llama Frida. Mi médico instructor se cayó de una escalera y tiene los dos brazos escayolados, así que por el momento solo puede estar conmigo y darme indicaciones.


—Pobre hombre —murmuró Iván.


Paula pensó en Pedro gruñendo, mascullando maldiciones y paseando por la cocina como un oso enjaulado. Sería mejor no decirle a Iván que el «Pobre hombre» solo tenía treinta y tres años y era guapísimo. Si lo hacía, insistiría en acompañarla para revisar la competencia y se vería obligada a asesinarlo. Y eso sería una traición al juramento hipocrático y seguramente un problema para progresar en su carrera. Tendría que mantener a los dos hombres apartados. No se imaginaba a Iván en la granja, hundiéndose hasta las rodillas en los charcos con sus carísimos zapatos de ante. Además, no quería ver a Iván en la granja. Ni fuera de la granja. No quería verlo, pero él era tan pesado... 


—¿Qué tal los lugareños? ¿Saben leer y escribir? —preguntó él entonces, con una sonrisa condescendiente.


—Pues sí. Leer saben. Escribir, no sé.


—Qué graciosa eres.


Paula hizo una mueca.


—Mira, tengo que irme...


—¿Ya? Yo había pensado que podríamos ir al teatro. Hay un musical nuevo y...


—Iván, tengo que volver a Bredford esta tarde. Mañana estoy de guardia.


Paula esperó que un rayo la fulminase, pero el rayo no llegó. Era mentira, al día siguiente no estaba de guardia. Pero no encontraba valor para decirle a Iván que, sencillamente, no quería volver a verlo. Aunque, en realidad, se lo había dicho. Muchas veces. Y él parecía sordo.


—Bueno, entonces el fin de semana que viene.


—No puedo.


—Pues iré yo a verte. Encontraremos un restaurante típico para cenar. Porque supongo que habrá restaurantes en Bredford, ¿No?


—Supongo —murmuró ella, irritada.


¿Por qué salía con aquel hombre?, se preguntó. Aunque, hasta una semana antes, nunca le había parecido tan insoportable. Qué raro.


—¿Te acompaño a casa?


—No hace falta. Tengo que comprar algunas cosas antes de irme — mintió de nuevo. Pero ya tenía la conciencia tan negra que le daba igual.


En la puerta del restaurante, Paula se despidió con un beso en la mejilla y escapó al aire fresco... O lo que en Londres pasaba por aire fresco. Tomó un café en su apartamento, le dejó una nota a su compañera de piso y guardó la maleta en el coche. De vuelta a Bredford. La casa parecía vacía. Al principio, Pedro disfrutaba de la soledad, pero cuando bajó a la cocina le pareció demasiado silenciosa. Además, tenía que hacerse la comida él solo. 

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