martes, 1 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 23

Ella intentaba no mirarlo a los ojos. Todavía tenía la muñeca izquierda muy hinchada y sintió el absurdo deseo de darle un besito. Por supuesto, no lo hizo. Ya había hecho bastante el ridículo por el momento.


—¿Qué tal así?


_¡Ay!


—Perdón.


—No pasa nada. Es que soy un quejica.


Paula sintió que el brazo del hombre temblaba mientras le colocaba la venda.


—¿Te quito los plásticos?


—Sí, por favor. Es que no pudo quitar el esparadrapo.


—Vale.


Ella tiró del esparadrapo y Pedro lanzó un grito.


—¡Cuidado con el vello!


—Mira, pues ahora sabes lo que una sufre cuando se depila —sonrió Paula, tirando con más cuidado.


Cuando terminó, él se pasó los dedos por el brazo con cara de pocos amigos.


—La próxima vez me pondré bandas elásticas.


Paula tuvo que darse la vuelta para esconder una risita.


—¿Té?


Pedro suspiró.


—Lo que realmente me apetece es un vaso de whisky, pero supongo que eso está prohibido.


—¿Desde cuándo soy yo tu madre?


—No lo eres, pero eso no impide que opines sobre todo.


—Haz lo que te dé la gana. Si quieres beberte una botella de whisky, bébetela. A mí me da igual.


—Mejor —murmuró Pedro, sacando un vaso del armario. 


Iba a ponerlo sobre la repisa cuando se golpeó el codo sin querer y el vaso acabó haciéndose añicos en el suelo. Simba se acercó para investigar y los dos le gritaron a la vez: «¡No!». El pobre animal casi se muere de un infarto.


—Estás descalzo —observó Paula.


—¿No me digas?


Ella sacó la escoba y limpió los cristales con mucho cuidado.


—Ya puedes moverte.


—¿Me invitas a ese té? —suspiró Pedro—. Está claro que hoy no voy a tomarme un whisky.


—Aparentemente, no.


Cuando estaban tomando el té, empezó a sonar el teléfono.


—Es para tí.


Paula lo miró, sorprendida.


—¿Dígame?


—Hola, Paula, soy yo.


Paula tardó un momento en reconocer la voz. Estaba tan lejos de Londres...


—Hola, Iván.


Tras ella, escuchó el sonido de una silla. Pedro se retiraba al cuarto de estar, seguido de Simba, y de repente, la cocina se quedó vacía. Iván decía que la echaba de menos, echaba de menos su sonrisa, echaba de menos ver la televisión con ella. Incluso echaba de menos su temperamento, le dijo.


—¿Tú me echas de menos, Paula?


Ella se dió cuenta de que no lo echaba de menos en absoluto. Ni siquiera había vuelto a acordarse de él. Paula dijo algo poco comprometido e Iván pareció satisfecho, probablemente porque su ego era tan enorme que ni se le habría ocurrido pensar que no se sentía desolada sin él.


—Había pensado ir a verte este fin de semana. —Pues... No, mira, yo había pensado ir a Londres. Te llamaré cuando llegue.


—Muy bien. Comeremos juntos.


—Vale. Tengo que colgar, Iván, se me está enfriando el té.


Después de colgar, Paula se dió cuenta de que había estado muy antipática. ¿Se le enfriaba el té? Menuda excusa.  Pobre Iván. No quería darse por enterado. ¿Habría escuchado Pedro la conversación?, se preguntó, mirando hacia el cuarto de estar. Pero daba igual. ¿O no? Por alguna extraña razón, no le daba igual. Quería que Pedro tuviera una buena opinión de ella y no tenía nada que ver con el aspecto profesional y sí con un hombre con un cuerpo de pecado y peor carácter que una serpiente de cascabel. Desde luego, estaba metida en un buen lío... 

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