martes, 15 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 39

 —Sí. Pero claro, depende de cuántas coma. Si como muchas, entonces, voy al baño. Y si como demasiadas...


—Ya veo —lo interrumpió Paula—. ¿Come peras, manzanas y otras frutas? ¿Cereales?


—Pues mire, durante la guerra...


—Durante la guerra comía muchos cereales, ¿No? —lo cortó ella de nuevo—. Bueno, creo que debemos concentramos en qué tipo de dieta debe seguir para ir al baño de forma regular.


—Eso eso, regular, eso es lo que quiero —asintió Pedro, aparentemente emocionado.


—Muy bien. Tendré que examinarlo —dijo entonces Paula. Eso lo pilló completamente por sorpresa—. Por favor, quítese el pantalón y túmbese en la camilla —añadió, señalando el sofá.


—¿Tengo que hacerlo?


Paula se puso las manos en las caderas y lo miró con aquella sonrisa descarada y sexy que lo volvía loco.


—¿Cómo voy a hacer un diagnóstico si no examino a mi paciente?


—Ya. Bueno, haremos como que me he quitado los pantalones —dijo Pedro entonces, tumbándose en el sofá.


—Muy bien. Voy a desabrocharle el pantalón.


Antes de que pudiera impedirlo, Paula le había desabrochado el pantalón y empezó a examinarlo, acercándose peligrosamente a algo a lo que no debería acercarse.


—Tenga cuidado.


—Una cicatriz muy bonita. ¿Apendicitis o hernia?


—Apendicitis —contestó Pedro, con voz estrangulada.


—¿Ha tenido problemas después de la operación?


—Pues... Algunas veces. Como he dicho, a veces voy...


—Ya, ya. Me acuerdo —sonrió ella, apretando su abdomen con fuerza. Pedro contuvo un alarido—. ¿Le hago daño?


—Sí.


—¿Y si aprieto aquí, más abajo?


Pedro sujetó su mano justo a tiempo. 


—Me parece que ya hemos terminado —dijo, intentando abrocharse el pantalón.


—Deja que te ayude —sonrió Paula. 


Y entonces, aquellos deditos empezaron a rozarle la entrepierna otra vez. Pedro contuvo el aliento, pero ella terminó enseguida, dejándole la camisa por fuera del pantalón. ¿Lo habría notado?, se preguntó, cruzando las piernas. Últimamente, pasaba mucho tiempo en esa posición. Quizá lo de la interpretación no había sido buena idea, pensó. Paula lo estaba pasando estupendamente. Cambiaron de papel, interpretando ella a la paciente, y trataron sobre temas serios y temas triviales. Al final, aprendió técnicas que solo se aprendían con la práctica. Y, sobre todo, aprendió muchas cosas sobre Pedro Alfonso. Por ejemplo, que tenía un sentido del humor tan perverso como el suyo, que le importaban mucho sus pacientes y que era un médico muy exacto y consistente en sus diagnósticos. También aprendió que podía excitarlo con solo pasar los dedos por su estómago y que a él le daba miedo seguir por allí. Por fin, a la hora de comer, Pedro se dejó caer sobre una silla.


—¿Qué tal?


—Bien. Creo que me ha servido de mucho, de verdad. ¿Qué tal lo he hecho?


—¿Cuando te ponías seria? Bien. Muy bien. El resto llega con la experiencia, pero creo que tienes lo que hace falta para ser un buen médico. Si fueras mi médico de cabecera, yo estaría tranquilo.


—Gracias, doctor Alfonso —sonrió ella, verdaderamente encantada.


—De nada. ¿Te apetece que vayamos a comer al pueblo?


—Estupendo. Yo conduzco.


Pedro sonrió.


—Muy bien. Así podré tomar un par de cervezas.


Y ella también tomaría una, pensó Paula, contenta. 

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