Paula observó a Pedro alejándose como si ella tuviera algo contagioso. Y, sin embargo, el beso había sido tan tierno, tan delicado... Tan poco parecido a él. Al principio. Luego se había vuelto apasionado, fervoroso. Ella hubiera querido enredar los brazos alrededor de su cuello, pero tenía las manos llenas de ropa. El calor que había sentido al besarlo la había dejado sorprendida, pero solo duró unos segundos. Cuando se apartó, él parecía arrepentido. Sin embargo, a ella le había parecido un beso precioso. Un beso cálido, un beso tan dulce...
Paula tragó saliva antes de cerrar la puerta. Tenía que colgar las cosas en el armario y sacar lo que había en la maleta. Sin embargo, lo único que hizo fue sentarse en la cama, con la ropa aún en los brazos, recordando el beso. Seguía sintiendo la huella en sus labios, la suavidad de los del hombre en contraste con el roce de su barba. El beso no había durado nada, pero en él hubo ternura y desesperada pasión. Todo en breves segundos. Quizá era mejor que se hubiera mudado. Desde luego que sí, de ese modo no tendría que verlo ir al cuarto de baño con los pantalones de deporte medio escurriéndose por sus caderas. Demasiado sexual, pensó. Sin saber por qué, se imaginó a Iván, blando, blanquecino y absolutamente poco atractivo comparado con Pedro Alfonso. Iván era algo... Seguro. Y, sin saber por qué, no quería sentirse tan segura. Llevaba toda su vida sintiéndose segura y deseaba un cambio. Deseaba a Pedro. Pero también estaba muy claro que él no la deseaba a ella... O, más bien, que no quería desearla. Porque la deseaba, de eso estaba segura. Emocionada, se levantó y empezó a canturrear mientras guardaba las cosas en el armario. Sin dejar de pensar en Pedro. Por fin, cuando la habitación estuvo colocada, fue a la cocina para prepararse una taza de té, que tomó viendo las noticias en televisión. Podía ver a Pedro por la ventana y un rato después lo oyó llamar a Simba. Unos segundos más tarde, la luz de la cocina se apagó y vio que se encendía la de su dormitorio. No sabía si podría arreglárselas él solo y quizá debería haberle ofrecido su ayuda, pero tenía la impresión de que Pedro no sabría cómo reaccionar después del beso. Apagó la televisión y se preparó para meterse en la cama, sin dejar de canturrear. Antes de apagar la luz, tomó su diario. Pero si se ponía a escribir todo lo que le había pasado aquella semana, no terminaría hasta el amanecer. ¿Para qué lo había llevado?, se preguntó. Escribió unas cuantas líneas sobre lo que había hecho los días anteriores y, por fin, cuando llegó al lunes, anotó: "Pedro me ha besado. No sé si quería hacerlo y no sé si ocurrirá otra vez, pero tengo la impresión de que necesita que lo rescaten de sí mismo. Esa podría ser mi próxima misión: Rescatar al doctor Alfonso". Con una sonrisa en los labios, apagó la luz, se metió entre las sábanas y se quedó dormida casi inmediatamente.
Pedro apenas había pegado ojo. Simba insistió en dormir sobre sus pies, así que se había despertado varias veces en medio de la noche sin circulación en las piernas. Se duchó y se vistió con dificultad, le dió de comer a sus mascotas y después se puso las botas.
—Vamos, pesado —le dijo a Simba, que seguía moviendo su plato por el suelo para dejarlo como los chorros del oro—. Vamos al río. Si puedo llegar hasta allí.
Simba, que no había entendido el sarcasmo de su amo, salió corriendo y se paró frente a la casita de Paula, ladrando alegremente. Pedro suspiró.
—Ponte a la cola —murmuró—. Venga, Simba. En esta casa no hay mujeres, ¿No te acuerdas?
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