jueves, 10 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 34

Paula sonrió.


—Lo que me extraña es que no te hayas puesto a dar martillazos con los pies.


—Debo confesar que lo intenté el fin de semana pasado, pero me dolía tanto que tuve que dejarlo.


Y eso lo frustraba enormemente, porque Pedro no era de los que abandonan a la primera. Y tampoco lo era Iván, pensó Paula con el corazón encogido al ver su coche en la puerta.


—¿Tienes visita? —preguntó Pedro.


—Eso parece.


—¡Paula, cariño! Ese perro lleva media hora ladrando, así que me he quedado dentro del coche, por si acaso.


—Deberías haberme llamado —dijo ella, ofreciéndole la mejilla.


Por el rabillo del ojo, vió a Pedro saliendo del coche con una expresión que no le apetecía analizar.


—Pedro, te presento a Iván Daly, un amigo de Londres. Iván, este es Pedro Alfonso, mi médico instructor.


—No puedo darle la mano —masculló Pedro, sin mirarlo—. Bueno, luego nos vemos.


—Qué tipo tan raro —murmuró Iván—. Muy antipático, ¿No?


—No, bueno... Es que como tiene los brazos rotos...


—Así que esta es tu casita.


—Sí —contestó Paula, abriendo la puerta—. Está hecha un desastre. ¿Te apetece un café?


—¿No tienes nada más fuerte?


—No. Además, tienes que conducir.


—¿Ah, sí? ¿Y dónde voy?


—A tu hotel —contestó ella.


—Pensé que me invitarías a quedarme —murmuró Iván, inclinando la cabeza para besarla. Pero Paula se escurrió con gran habilidad.


—Es mejor que no, Iván. Te lo dije en Londres y no ha cambiado nada. 


—Pero te echo de menos.


—Ya lo sé, pero... Yo no te echo de menos, Iván. Lo siento, pero es así.


Él la miró, atónito.


—¿Paula?


—Vamos, Iván, por favor. No es la primera vez que te lo digo. Lo que pasa es que no quieres escucharme. Somos amigos, nada más. No hay nada entre nosotros... Nada en absoluto.


—Ah.


Iván parecía encontrar la moqueta absolutamente fascinante y ella se sintió culpable.


—Lo siento.


—La verdad es que estaba deseando pasar contigo el fin de semana — murmuró él.


—Porque no me escuchas. Te lo he dicho muchas veces. Venga, vamos a tomar un café antes de que te marches.


—No quiero, gracias —dijo Iván entonces, con los ojos sospechosamente húmedos—. Es ese Pedro, ¿Verdad?


Paula suspiró.


—No, no es Pedro. El no tiene nada que ver.


—Puede que antes no, pero ahora sí —dijo entonces Iván con inusual percepción—. Espero que encuentres lo que estás buscando, de verdad. Te lo mereces, eres una chica estupenda.


La puerta se cerró tras él y Paula se dejó caer sobre una silla. Pobre Iván. No era culpa suya. Quizá la culpa era de ella, que buscaba algo diferente, menos seguro, menos predecible. Cuando miró por la ventana, vió a Pedro observando el coche de Iván y se preguntó qué estaría pensando. Cuando la miró, su corazón dio un vuelco. Quizá aquel fin de semana tendría oportunidad de acercarse un poco más a él. Después de todo, no podía rescatarlo a distancia. Un estremecimiento la recorrió mientras se levantaba para preparar un café, planeando su próximo movimiento. 

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