martes, 22 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 45

Era un sitio precioso, tranquilo, lleno de paz. Pedro estaba parado a unos metros de ella, observando el agua. Cuando volvió la cabeza, Paula se dijo a sí misma que había imaginado el dolor que veía en sus ojos. ¿Era un gruñón, un hombre insociable? ¿O tendría miedo de algo?, se preguntó. Paula se acercó a él y, aquella vez, Pedro la esperó.


—Esto es precioso.


—Suelo venir aquí todos los días. En invierno es más difícil porque se hace de noche enseguida. A veces parte del río se congela y los pájaros patinan buscando comida. Y, por supuesto, Simba se dedica a perseguirlos. Paula sonrió. Cuando Pedro le devolvió la sonrisa, levantó una mano para acariciar su cara.


—Esta mañana no me has dado un beso —murmuró, poniéndose de puntillas.


—Paula... —murmuró él, enredando los brazos alrededor de su cintura. La besó con tal ternura, con tan temblorosa excitación, que los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.


Pero cuando levantó la cabeza, vió de nuevo dolor en sus ojos.


—¿Qué te pasa?


—No deberíamos haber hecho el amor —dijo Pedro, con voz ronca. A Paula se le doblaron las rodillas. ¿Por qué?, —le hubiera gustado preguntar, pero no podía hablar. Tenía un nudo en la garganta. Para que él no se diera cuenta, se dio la vuelta y tomó el camino de vuelta a casa. No pensaba dejar que la viera llorar.


Poco después, escuchó el sonido de unos cascos y vió a Amanda montando a Pegaso por el camino. Paula sintió una punzada de envidia. Sentir el viento en la cara, sentirse tan libre... Debía ser maravilloso. Apartando una lágrima con la mano, volvió su atención al camino para no torcerse un tobillo. Y entonces escuchó un golpe, seguido de un espantoso grito. Cuando se volvió, vió al caballo intentando levantarse, vacilante.


—Dios mío... Amanda.


Paula volvió la cabeza para llamar a Pedro, pero él ya estaba corriendo, con Simba detrás.  Estaba arrodillado al lado de Amanda cuando Paula llegó a su lado, sin aliento.


—No respira y no tiene pulso. Creo que se ha roto el cuello, pero no puedo hacer nada con esta estúpida escayola...


Paula pasó las manos bajo la nuca de Amanda, pero no había ninguna vértebra fuera de su sitio.


—Puede que se haya quedado sin respiración momentáneamente. Corre a buscar mi maletín y llama a una ambulancia. Tú puedes ir más rápido y yo puedo intentar hacer algo mientras...


Pedro desapareció antes de que hubiera terminado la frase y Paula pasó los dedos por la espina dorsal de Amanda. Si había alguna irregularidad, no era detectable a simple vista. ¿Entonces...?


—Vamos, Amanda, no me hagas esto —murmuró, poniendo el oído sobre su corazón. Había un minúsculo latido, pero no respiraba. Usando las técnicas de reanimación, Paula le dió un masaje cardiorrespiratorio y unos segundos después, gracias al cielo, reaccionó.


Paula dejó escapar un suspiro.


—Me duele mucho —susurró Amanda.


—No te muevas. ¿Dónde te duele?


—En todas partes. Las piernas, la espalda... La pelvis.


Paula asintió. Las piernas de Amanda estaban colocadas en un ángulo extraño, de modo que debía habérselas partido.


—Te pondrás bien —le dijo, rezando para que la ambulancia llegara cuanto antes. No tenía ni idea de cuáles podrían ser las lesiones internas y había que ponerle suero lo antes posible.


—Pegaso... —murmuró Amanda—. ¿Está...?


—Está bien, no te preocupes —dijo Paula. El caballo estaba de pie, pero tenía una pata levantada y parecía conmocionado—. ¿Qué ha pasado?


—No sé. Ha tropezado... ¿Está bien?


—Yo no sé mucho de caballos, pero está levantando. No te muevas, Amanda.


La joven cerró los ojos y Paula se sintió completamente sola y angustiada. En ese momento, apareció Pedro con el maletín en una mano y un montón de toallas en la otra. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario