martes, 15 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 40

Paula descubrió que le resultaba más fácil trabajar con Pedro después de que la hubiera elogiado. Aunque él seguía tomando notas, criticando algunas cosas y, en general, fastidiándola. Sin embargo, tenía que reconocer que sus comentarios eran profesionales y, aunque a veces la molestasen, justos. Quince días después de la sesión de arte dramático, Valentina Webb fue a la consulta para una revisión. Había salido del hospital hacía unos días y su madre quería que le echaran un vistazo antes de irse de vacaciones. Además de tener buen aspecto, se había cortado el pelo para no comérselo por la noche.


—¿Tienes apetito?


—Mucho —rió la joven—. Como de todo. Creo que es la primera vez que tengo espacio en el estómago para comer. En el hospital me dijeron que la bola de pelo llevaba formándose toda mi vida. Me la enseñaron y era enorme. Ahora tengo una cinturita de avispa, como dice mi madre. Y además van a poner la bola de pelo en el museo del hospital, así que seré famosa.


Paula sonrió.


—Qué bien. Estás muy guapa con el pelo corto.


—Estoy intentando acostumbrarme porque no quiero volver a tener una bola de pelo en el estómago. ¡Qué asco!


—¿Has ido al psicólogo para intentar averiguar por qué lo hacías?


La joven hizo una mueca.


—No vale de nada.


—Sé que, al principio, da un poco de corte hablar sobre lo que te pasa, sobre tus sentimientos y esas cosas. Pero si al final descubres cuál era el problema, merece la pena, ¿No crees?


—No sé. Es que siempre quiere hablar de cuando murió mi hermana y a mí no me gusta hablar de eso.


—Ya entiendo —dijo Paula, comprensiva.


La señora Webb, que estaba muy calladita en la silla, miró a Paula. 


—Fue entonces cuando empezó a comerse el pelo. No sé, yo creo que ir al psicólogo es bueno para hablar de las cosas que le duelen a uno.


—Claro que sí. Y la verdad es que Valentina está estupenda, así que no veo por qué no van a irse de vacaciones. ¿Dónde han pensado ir?


—A Francia. Vamos casi todos los años.


—Pues espero que lo pasen muy bien —sonrió Paula antes de despedirlas.


—Anota eso —le dijo Pedro.


—¿Lo de la hermana?


—Sí. Es posible que Valentina la encontrase muerta o algo así. Quizá se sienta culpable. En cualquier caso, podría ser relevante.


—Tiene buen aspecto, ¿Verdad? Una resaca... ¡Ja!.


Pedro sonrió.


—¿A quién tenemos ahora?


—Al señor Gregory. Ha terminado el tratamiento contra el virus... A ver cómo está.


Afortunadamente, estaba mucho mejor. Había dejado de dolerle el estómago y podía comer sin problemas.


—¿Está haciendo dieta? El doctor Alfonso me dijo que quería perder algunos kilos.


—Sí, bueno, la había dejado, pero supongo que puedo volver a empezar otra vez. Pero es que las ensaladas...


—No tiene por qué comer solo ensaladas —le recordó Paula—. Puede comer de todo, pero con la menor grasa posible. Lo importante es comer de forma regular y con moderación.


—Lo intentaré. La verdad es que me vendría bien perder unos cuantos kilos.


—Ya que está aquí, podríamos pesarlo. Quítese la chaqueta y los zapatos, por favor.


Cuando el señor Gregory salió de la consulta, Pedro hizo una mueca.


—Podía haberlo pesado la enfermera.


—Pero ya que estaba aquí... 


—Quien debería haber estado es el próximo paciente. Ya vamos con retraso, como todos los días.


—¿Seguro que no tienes nada que hacer, como por ejemplo llevar otra consulta?


—¿Con la mano escayolada? ¿Y si tengo que examinar a alguien?


—Puedes pedirle ayuda a una enfermera.


—No quiero pedirle ayuda a una enfermera. Estoy bien aquí.


Pero ella no. Aunque no era del todo cierto, la verdad. A pesar de sus críticas, le gustaba estar con él.


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