martes, 8 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 32

 —Pedro, llevo muchos años conduciendo. ¿Quieres dejarme en paz de una vez? No he tenido nunca un accidente...


—Pues es un milagro.


—Y no necesito que nadie me diga cómo tengo que hacer las cosas. Así que, o te callas o te bajas del coche ahora mismo.


Él volvió la cara, con una expresión que podría haber derretido el acero.


—Lo siento —dijo por fin.


¿Lo siento? ¿Se estaba disculpando? ¡Aleluya!


—Gracias —dijo ella—. Ahora, dime dónde quieres que vaya... Además de al infierno.


Pedro no pudo evitar una sonrisa.


—Perdona. Es que siempre conduzco yo y me encuentro incómodo.


La única vez que tuve un accidente, no conducía yo y me cuesta trabajo ir en el asiento del pasajero.


—Porque te gusta controlarlo todo. Pero si te sirve de consuelo, me saqué el carné a la primera.


—¿En serio?


—En serio —suspiró ella. Al menos, el ambiente dentro del coche se había caldeado un poco—. ¿Dónde vamos, jefe?


Pedro le dió instrucciones precisas sin abrir la boca más de lo necesario y poco después llegaban a casa de la chica que no paraba de vomitar.


—Hola, soy la doctora Chaves.


—Cuánto me alegro de que haya venido. Valentina está fatal, la pobre.


La mujer los llevó hasta un dormitorio donde una joven de unos quince años estaba en la cama, pálida, ojerosa y con aspecto de tener algo mucho peor que una resaca.


—Hola, Valentina. Soy la doctora Chaves y estoy haciendo prácticas con el doctor Alfonso —la saludó Paula.


—Hola —dijo la niña, casi sin voz.


—¿Por qué no me dices qué te pasa?


—Me duele mucho el estómago y, si intento comer algo, vomito.


—¿Tienes diarrea o estreñimiento? 


—No —contestó la chica.


Paula apartó la sábana y comprobó que tenía el abdomen muy hinchado. No había cambio de tonalidad en la piel, pero sí un bulto en medio del estómago que podría ser una seria obstrucción intestinal.


—Cuando vomitas... ¿Sale un poco de sangre?


—Un poquito.


—¿Roja o marrón?


—No sé. Creo que marrón.


Paula miró a Pedro por encima del hombro.


—¿Podrías examinarla?


—A ver si puedo —murmuró él. Después de examinar el abdomen hinchado con los dedos de la mano izquierda, Paula lo vió fruncir el ceño.


—Tiene una obstrucción.


Ella miró el pelo de la niña y comprobó que era muy fino y parecía comido en las puntas.


—Valentina... ¿Sueles morderte el pelo?


—Solía hacerlo de pequeña —dijo su madre—. Pero ya no lo hace, ¿Verdad, hija?


—¡Ya no lo hago, de verdad!


—Puede que lo hagas mientras duermes —sugirió Pedro—. A veces pasa cuando uno está nervioso. ¿Tienes exámenes?


Valentina asintió.


—¿Creen que tengo una bola de pelos en el estómago?


—Es posible —dijo Paula—. Tiene que ir al hospital para que la examinen, señora Webb.


La mujer estaba sentada a los pies de la cama, boquiabierta.


—¿Una bola de pelo?


—Es muy raro, pero ocurre. Lo importante es que vaya al hospital lo antes posible —asintió Pedro.


—¿Debería llevarla a urgencias?


—Podemos llamar a una ambulancia ahora mismo, si le parece. Si va usted sola, tendría que esperar y no creo que Valentina pueda soportarlo. 


—No pasa nada, cariño —dijo la señora Webb.


Valentina se incorporó en la cama con la mano en la boca y la pobre mujer sacó un barreño que tenía a los pies de la cama.


—Será mejor llamar ahora mismo —dijo Pedro en voz baja—. Esa bola es muy dura y no tiene buen aspecto. Si no nos damos prisa, podría causar una perforación de estómago.


Paula asintió.


—Llama tú a la ambulancia. Tú los conoces mejor que yo.


—Señora Webb, ¿Puedo usar el teléfono?


—Sí, claro. Está en la cocina.


Paula se quedó en la habitación tomando notas sobre el historial médico de la niña y, cuando llegó la ambulancia, la señora Webb ya había guardado las cosas de Valentina en una bolsa de viaje.


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