Cuando fue a abrir la nevera, vió la nota en le tras rojas: "Llamar a Iván para darle una respuesta".
Con cuidado, guardó la leche, cerró la puerta e hizo un esfuerzo para controlarse. Iván otra vez. ¿Qué respuesta tenía que darle?
—La verdad es que debería irme a dormir —dijo entonces, con una voz que parecía llegar desde muy lejos.
—¿Qué?
—No puedo quedarme. No me encuentro bien.
Paula lo miró, incrédula.
—¿Te importa si uso el teléfono? —le preguntó.
—Claro que no.
Volvieron a su casa en silencio y, cuando entraron en la cocina, Pedro se inclinó para ponerse las botas.
—¿Dónde vas?
—A pasear un rato con Simba.
—¿Otra vez? —preguntó Paula, sin poder disimular la ironía. Estaba empezando a hartarse de aquella situación—. Hola, Iván. Soy Paula — dijo, antes de que Pedro pudiera escapar—. Y la respuesta es sí.
Pedro cerró de un portazo y salió prácticamente corriendo hacia el río, con Simba detrás. «La respuesta es sí». ¿Qué habría querido decir?, se preguntaba, angustiado. Por favor, que no fuera lo que temía, que no fuera eso... iba rezando mentalmente.
Paula colgó el teléfono y miró por la ventana. ¿Qué le pasaba a aquel hombre? Tenía que ser Iván, se dijo. Tenía que ser eso. Volvió a su casa y después de limpiar los platos encendió un rato la televisión. Cuando iba a meterse en la cama, vió a Pedro por la ventana volviendo del paseo, exhausto. Idiota. Nunca se curaría los brazos si seguía portándose como un crío. Cerró las cortinas, tomó su diario y se puso a escribir: "Me rindo. No puedo rescatarlo, es imposible. Este fin de semana me voy a Londres. Estoy harta. Le he dicho que sí a Iván, así que nos veremos mañana por la noche. Al menos con él no tengo que estar preguntándome cada cinco minutos si le gusto o no le gusto". Tiró el diario al suelo y se quedó mirando a la pared, con los ojos llenos de lágrimas. A la porra Pedro, a la porra todos los hombres. Solo daban problemas. Pero era un hombre que valía por cien y no podía quitárselo de la cabeza. Derrotada, dejó que las lágrimas rodaran por su rostro hasta que se quedó dormida. Por la mañana, guardó un par de cosas en su bolsa de viaje y salió de la casa. Al menos tenía todo el fin de semana para que se le pasara el enfado antes de volver a intentarlo. Si volvía a intentarlo. En aquel momento, no estaba segura de querer hacerlo.
—¡Frida! ¿Cómo has entrado ahí?
La gata lo miraba desde la ventana de la cocina de Paula y Pedro tuvo que ir a su casa para buscar la llave. Debía haberse metido antes de que ella se fuera a Londres, pensó, sintiendo un nudo en el estómago. Paula, en Londres. Con ese Iván. Cuando entró en la casa para rescatar a Minnie, la gata se fue corriendo a la cama. Pedro fue tras ella y un libro tirado en el suelo llamó su atención. Cuando lo tomó, se dio cuenta de que era un diario. El diario de Paula. No pudo evitarlo y miró una de las páginas: "Rescatar al doctor Alfonso", leyó. ¿Rescatarlo a él? ¿De qué?
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