jueves, 3 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 26

Mientras comía un plato de cereales, recordó la voz de Paula canturreando o charlando sobre cualquier cosa. La sensación de soledad lo hacía sentir incómodo. Pedro fue a la casita de invitados y abrió las ventanas para airear las habitaciones. Aunque había quitado el colchón y la moqueta mojada, seguía oliendo a humedad. Por fortuna, Leonardo estaba a punto de llegar para pintar el techo. Eso lo ponía furioso. Tenía que pagar por algo que él podría haber hecho en menos de media hora. Y, además, tenía que dejar que ella lo llevara de acá para allá como si fuera un niño. Paula había dejado una maleta con sus cosas en el cuarto de estar y tuvo la tentación de echar un vistazo. No se atrevió a abrirla del todo, pero miró por encima y vió un jersey, un cinturón y... Un oso de peluche. Pedro sonrió... E inmediatamente dejó de sonreír. No tenía gracia. Paula era una persona muy desordenada. Y si quería trabajar en una seria y moderna clínica, tendría que aprender a organizarse. La poca atención que prestaba a las formalidades estaba muy bien en un artista, pero en un médico era un desastre. Cuando salió de la casita, vió a Amanda y no le dió tiempo a esconderse.


—¡Hola, Pedro! ¿Qué tal estás? —lo saludó la joven.


—Mejor, gracias —contestó él, moviendo la mano izquierda como si fuera un guiñol—. ¿Ves? Ya estoy como nuevo.


—¿Necesitas algo? Si quieres puedo hacerte algo de comida, poner la lavadora...


—No, gracias, de verdad. 


Paula puso la lavadora antes de irse.


—¿Se ha ido? —preguntó Amanda, esperanzada.


—Solo el fin de semana.


—Ah, bueno. Si necesitas algo, dímelo —dijo la joven, desilusionada.


—Gracias —murmuró Pedro, entrando en la cocina a la carrera—. Cada día está peor, Simba. ¿Qué vamos a hacer?


Simba movió la cola, sin entender nada, pero deseando salir a dar un paseo. Era una tarde preciosa y Pedro disfrutó inmensamente, respirando con fuerza el aire fresco mientras Bruno iba de un lado a otro, investigando.  Cuando llegaron a la orilla del río, se sentó sobre una piedra, absorbiendo la gloriosa vista. El sol estaba muy alto y le daba en la cara, obligándolo a cerrar un poco los ojos. Qué paz, qué calma. ¿Qué más podía pedir un hombre? ¿Alguien con quien compartir aquello? ¿Una mujer?


—¡Simba!


Pedro se levantó de golpe y tomó el camino de vuelta. Ya tenía a alguien con quien compartir aquello, alguien profundamente leal y que no exigía nada. Profundamente leal... No del todo. El chucho había pasado toda la semana durmiendo en la cama de Paula. Pero solo porque ella le daba comida. Entonces se preguntó qué estaría haciendo y... Quién habría dormido con ella la noche anterior. ¿Iván? La idea hizo que se le encogiera el estómago. Era ridículo. No era asunto suyo con quién durmiera Paula. Cuando volvió a la casa, se encontró a Leonardo sentado en el patio. Acababa de pintar el techo de la habitación y tenía que esperar un poco para dar una segunda capa.


—Te invito a un café.


—Voy enseguida —sonrió el hombre.


Pedro entró en la cocina y miró el fregadero lleno de platos. Paula le había dejado unos guantes, pero para ponérselos necesitaría más paciencia de la que tendría en toda su vida. Los platos podían esperar. Ella volvería al día siguiente. Cansada seguramente por culpa de sus... Actividades con ese Iván.


—Iván —murmuró con desdén.


Estaba empezando a odiar a aquel hombre sin justificación alguna. Era irracional, pero la idea de que alguien tocase a Lucie lo volvía loco. Lo cual era completamente ridículo, porque a él no le gustaba nada Paula Chaves. ¿O sí? 

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