—¡Menuda bola! Nunca había visto nada parecido —dijo Paula cuando entraban en el coche.
—Ni yo. Creo que es por la presión que sufren los adolescentes. Acuérdate de Romina Reid, angustiada porque su padre se enfadaría si no sacaba sobresaliente en los exámenes. Pero puede que esta niña tenga un historial psiquiátrico.
—¿Tú crees?
—Deja que vea el informe —murmuró Pedro. Unos segundos después, golpeaba los papeles con la mano—. Aquí está. Lleva haciéndolo desde los cinco años... Estuvo en el hospital y el médico le sugirió que viera al psiquiatra. Pobre cría.
—¿Crees que saldrá de esta?
—Espero que sí. Ha debido perder sangre durante los vómitos y la rigidez de la hinchazón no augura nada bueno. Pero si no hay riesgo de hemorragia, podrán solucionarlo. Si no había riesgo de hemorragia.
Las siguientes visitas fueron de pura rutina, una niña con anginas, una anciana que se había caído, un recién nacido con diarrea que tenía síntomas de deshidratación... Nada grave, afortunadamente. Cuando volvieron a la clínica, repasaron la lista de pacientes, charlaron un rato sobre las normas de la clínica en cuanto al trato con los drogodependientes y, mientras Lucie empezaba a pasar consulta, Pedro fue a llamar al hospital para ver qué sabían de Valentina Webb. Unos minutos después, asomó la cabeza por la puerta.
—Valentina está bien. Le han sacado una bola de pelo del estómago y le han hecho una transfusión, pero está bien.
—Menos mal —sonrió Paula.
—¿Cuántos pacientes te quedan?
—Tres.
—Voy a tomar un café. ¿Quieres uno?
—Prefiero tomarlo más tarde.
Media hora más tarde, estaban de camino a casa.
—¿Algún plan para el fin de semana? —preguntó Pedro.
Paula sintió un escalofrío. Iván le dijo que quería ir a verla, pero no había llamado en toda la semana. Quizá había entendido la pista cuando salió prácticamente corriendo del restaurante.
—No. ¿Y tú?
Él se encogió de hombros.
—Yo no puedo hacer mucho.
—¿Qué harías si estuvieras bien?
—Arreglar mi casa. En caso de que no te hayas dado cuenta, está hecha un desastre. Aún me quedan por arreglar suelos, techos, cañerías... Lo único habitable es la cocina y los dormitorios; me queda mucho por hacer.
—¿Y por qué compraste una casa con tantos problemas?
—Porque me gustan los retos, supongo.
—¿Y por qué no vives en la casita pequeña? Aunque también podrías alquilarla.
—Por el momento, se la alquilo a los interinos, como tú.
—Pero yo pago muy poco. Si la alquilaras al precio normal, sacarías mucho más.
—Sí, pero entonces tendría que soportar a familias enteras dándome la paliza todo el día. Y, por el momento, lo único que me apetece es arreglar mi casa de una vez por todas.
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