—Iván, ya hemos hablado de esto un millón de veces. No estamos hechos el uno para el otro.
—¿Y Pedro?
¿Pedro? Pedro era maravilloso, el mejor amante que hubiera podido soñar, el hombre más tierno y... Más complicado que había conocido nunca.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque quiero saber si estás con él o tengo alguna oportunidad. Quiero verte, Paula. Necesito preguntarte una cosa.
Aquello era espantoso... ¿O no? Quizá un poco de competencia haría que Pedro abriera los ojos de una vez.
—Muy bien. Puedes venir a comer mañana. A la una.
—Estupendo. Yo llevaré la comida.
—De acuerdo. Hasta mañana entonces.
Después de colgar, Paula miró la puerta del cuarto de estar y se encogió de hombros. Volvió a su casa y se metió en la cama, escondiendo la cabeza bajo la almohada. Había pensado que estaban llegando a alguna parte, pero Pedro se portaba como si fueran extraños. ¿Cómo podía decir que no deberían haber hecho el amor?, se preguntaba. Había sido la experiencia más hermosa de su vida y estaba segura de que lo había sido solo para ella. Pero el dolor que había visto en los ojos del hombre era debido a algo que ella desconocía. Quizá una mujer en su pasado. Quizá le habían hecho mucho daño y no podía enfrentarse con otra historia de amor. Paula no quería ni pensar que hubiera pensado en aquella otra mujer mientras estaba con ella. ¿Era por eso por lo que no había querido verla por la mañana? Angustiada, se secó las lágrimas con el camisón. Pero le resultaba imposible dormir porque las sábanas olían a él, a su colonia, a su cuerpo. Angustiada, tomó su diario y escribió: "Anoche hicimos el amor. Al menos, yo pensé que habíamos hecho el amor. Pero quizá para él solo ha sido sexo". Una lágrima cayó sobre el papel, pero Paula decidió seguir escribiendo: "Iván viene mañana a comer porque quiere preguntarme una cosa. Espero que no sea lo que me temo. Amanda y Pegaso han tenido un dramático accidente en la carretera esta mañana. Pensé que habían muerto los dos, pero creo que van a ponerse bien. Oh, Pedro, te amo, pero me vuelves loca. ¿Por qué no me abres tu corazón? Pensé que había algo muy especial entre tú y yo, pero quizá me he equivocado". Paula volvió a dejar el diario sobre la mesilla, apoyó la cabeza sobre la almohada y lloró hasta quedarse dormida.
Iván llegó a la una en punto. Pedro vió el coche por el camino cuando se disponía a rellenar con tierra alguno de los baches. Pero después de ver el deportivo, decidió no hacerlo. Quizá así Iván dejaría de ir a visitar a Paula. O se metería en un bache tan profundo del que nunca podría salir. Eso sería lo mejor. Furioso, tiró al suelo la pala y cerró la ventana. Pero tuvo tiempo de ver a Paula recibir a Iván con un beso en la mejilla. Al menos no era un beso como los que ellos se habían dado dos noches atrás. O quizá Iván era demasiado educado como para hacerlo en público. Cuando aquel estirado abrió el maletero y sacó una ridícula cesta de mimbre, estuvo a punto de soltar una carcajada. ¿Dónde creía que estaba, en una mala película sobre la aristocracia inglesa? Pero, por muy ridículo que le pareciera, quien se iba con Paula era Iván. Y él se quedaba solo.
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