jueves, 24 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 49

El ambiente entre ellos siguió tenso durante unos días, pero Paula se negaba a dejarse afectar. Cuanto más lo ignoraba, más atención le prestaba Pedro. Al menos podían hablar del trabajo con naturalidad y eso los mantenía ocupados. El martes por la tarde, fue a buscarla y le preguntó si quería ir con él a visitar a Carlos.


—Le han hecho la angioplastia y acaba de volver del hospital. Supongo que se alegrará de tener compañía.


—Y tú podrás robar un par de tiestos, ¿No? —intentó bromear Paula— . Podrías devolverles los que trajiste el otro día. Están secos.


—Es que no he tenido tiempo de plantarlos. Podrías haberlos regado tú.


—Y también podría pintarte la casa y lijar el suelo, pero no me da la gana hacerlo. ¿Nos vamos?


—Solo si me prometes no decirle a Pamela que se me han muerto los geranios.


—No pensaba chivarme —dijo ella, sacando las llaves de su coche—. ¿Vienes conmigo o vas andando?


—Voy contigo.


Poco después, llegaban frente a la casa, rodeada de un precioso jardín. Habían pasado cinco semanas desde que conoció a aquel encantador matrimonio y, en el mes de mayo, las flores empezaban a florecer por todas partes. Era tan diferente de los aburridos jardines de Londres, tan estirados, tan colocados... Allí todo crecía sin orden, pero con un colorido que alegraba la vista. Pamela abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja.


—Carlos está deseando hablar con alguien que no sea yo. Está en el jardín, plantando rosas. ¿Lo pueden creer? Está de maravilla, parece otro hombre. Salgan al jardín mientras yo preparo el té.


Encontraron a Carlos plantando semillas. El hombre se incorporó al verlos, sonriente. 


—Hola. ¿Cómo están?


—Muy bien. Pero el que tiene buen aspecto eres tú.


—La verdad es que me encuentro estupendamente, gracias a esta jovencita. Voy a darte un beso —anunció el hombre—. Muchas gracias por convencerme.


Pedro soltó una carcajada. La primera que Paula había oído en muchos días.


—¿Y a mí qué?


Carlos se encogió de hombros.


—A tí no te beso. Tú eres un médico estupendo, pero fue Paula quien averiguó por qué no quería ponerme el marcapasos. Las mujeres son más perceptivas, ya sabes.


—Pues me alegro mucho de haber podido hacer algo —sonrió ella.


—Ah, aquí está Pamela con el té. Vamos a sentarnos bajo la higuera.


Estuvieron charlando durante mucho rato y Carlos les contó los planes que tenía de volver a trabajar, llevar a su mujer de vacaciones... Parecía otro hombre y Pamela no podía disimular su alegría. Pedro se mantuvo en silencio durante el camino de vuelta. De nuevo volvía a estar ausente, distante. Cuando llegaron a la casa, estaba sonando el teléfono.


—Es para tí. Iván —dijo él, con una expresión de disgusto que a paula no le pasó desapercibida.


¿Sería Iván la razón para su frialdad?, se preguntó. Paula entró en la casa y, como había ocurrido unos días antes, Pedro cerró la puerta del cuarto de estar y encendió la televisión.


—Hola, Iván.


—Hola Paula. ¿Cómo estás?


—Bien. ¿Y tú?


El maldito Iván otra vez, pensó Pedro, mirando por la ventana. Echaba de menos a Pegaso piafando en el establo. Aún no sabían qué posibilidades tenía de sobrevivir, pero Amanda estaba mejorando mucho. Y conociendo a los fisioterapeutas del hospital, estaría corriendo dentro de pocos meses. Le hubiera gustado ir a verla, pero no quería pedirle a Paula que lo llevara en el coche. 

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