jueves, 3 de noviembre de 2022

Quédate Conmigo: Capítulo 27

Hacía un día estupendo, pensó Paula, alegre. Lo curioso era que no se había dado cuenta hasta que salió de Londres. Bajó la ventanilla del coche y respiró profundamente el olor del campo. Era fantástico, tan limpio, tan puro. Cuando llegaba a la casa, vió a un hombre vestido con un mono blanco sentado en el patio. No era Pedro. Paula miró alrededor y se sintió tontamente desilusionada al no encontrarlo. Cuando lo vió salir de la cocina con una lata de galletas en la mano, una sonrisa iluminó su rostro. Él la saludó con la mano y ella salió del coche, sin dejar de sonreír.


—Hola.


—Pensé que volvías mañana —le dijo él, como si la estuviera acusando.


Probablemente tenía planeada una velada íntima con alguien, pensó Paula.


—Ah, bueno. No te preocupes, no molestaré. Es que he tardado menos de lo que esperaba en sacar mis cosas del departamento.


Y, por alguna razón, quería alejarse de Iván lo antes posible. Pero eso no iba a decírselo.


—No pasa nada —dijo Pedro con cara de pocos amigos.


Paula tenía la impresión de que solo estaba intentando ser educado y que si no fuera por eso la habría mandado a hacer gárgaras.


—¿Puedo guardar mis cosas en la casa? —le preguntó al hombre del mono blanco.


—Sí, pero no las ponga en la habitación. Estoy pintando.


—Entonces, las dejaré en el cuarto de estar.


Como nadie la invitó a quedarse, Paula abrió el maletero del coche y sacó sus cosas, mientras los dos hombres la observaban sin mover un dedo. Pedro no podía moverlos, pero al menos podría haberle ofrecido una taza de té. Y pensar que ella estaba deseando volver... 


El lunes por la mañana, Paula estudiaba varias maneras de matar a Pedro. Estaba cada día más antipático. Quizá era el dolor, se dijo. Seguramente no quería seguir tomando analgésicos y lo pagaba con ella. Cuando salían de casa, él tenía una expresión tan irritada que decidió no discutir y usar el jeep para evitar problemas. Tenía la impresión de que Pedro buscaba pelea y ella no tenía ganas de discutir. En lugar de eso, condujo el jeep como si llevaran una bomba en el maletero. Por el rabillo del ojo, lo vió mover los brazos, incómodo, y tuvo que aguantar la risa. No sabía qué hacer con ellos. Además, no pensaba sonreírle. Se estaba comportando como un monstruo y ella no tenía la culpa de nada. El primer paciente de la mañana era el señor Gregory, el paciente obeso con problemas de indigestión.


—¿Le han hecho un electrocardiograma recientemente? —preguntó Paula, mientras le tomaba la tensión.


—No me lo han hecho nunca —contestó el hombre.


—Pídale hora a la enfermera para pasado mañana. Y también necesito un análisis de sangre.


—¿Para qué?


—Para comprobar un par de cosas, por ejemplo si tiene Helicobacter pylori.


—¿El virus gastrointestinal? Lo tuvo un compañero mío.


—¿Ah, sí? Entonces, es posible que los dos se contagiaran al mismo tiempo.


—Puede ser. Trabajamos en el mismo colegio y comemos la misma bazofia en la cafetería.


—Es posible que venga de ahí, pero habrá que esperar los resultados.


Mientras tanto, voy a darle algo para aliviar el dolor de estómago, ¿De acuerdo?


—Entonces, ¿No es el corazón?


Paula negó con la cabeza.


—No lo creo, pero hay que asegurarse. 

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