—¿Todo lo demás? ¿Te refieres a mi problema mental?
Paula soltó una carcajada.
—Al fin y al cabo, te diste un golpe en la cabeza.
—Estás loca —sonrió Pedro, observándola. Tenía el pelo mojado y los labios entreabiertos. Estaba deseando volver a besarla.
—Aquí hace mucho frío y yo he dejado la estufa puesta en casa. Podríamos tomar un café. Además, Fergus me ha traído bombones.
Pedro no pensaba probar esos bombones porque se atragantaría. Pero tomar un café con Paula en una habitación calentita era una tentación irresistible.
—¿A qué estamos esperando? —preguntó, poniéndose de pie.
Paula encendió la cafetera y le mostró una botella muy interesante.
—¿Te apetece un whisky?
—¿Vicios secretos?
Ella sonrió.
—A mi padre le gusta. Solía ir a verme de vez en cuando a Londres y un día dejó esta botella en el apartamento. ¿Te apetece?
—Gracias —sonrió Pedro.
No era de Iván, así que podía aceptar. Se estaba muy bien allí, sin pelearse con ella por una vez, compartiendo un café y una copa de whisky. Era agradable. Muy agradable. Cuando Paula puso música, Pedro sintió una absurda sensación de pena porque nunca podrían tener nada más que eso. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué era incapaz de vivir con nadie?, se preguntó, suspirando. Cada vez que lo intentaba, terminaba amargado. Era demasiado intolerante, ese era el problema... O quizá nunca había encontrado a nadie que fuera tan especial como para hacerlo cambiar. Paula podría ser especial, pensó. Pero se peleaban constantemente y, sin saber cómo, conseguían irritarse el uno al otro. Aunque empezaba a pensar que su fastidio era debido a la frustración sexual. Además, ella tenía novio. Iván.
—¿Quieres un bombón? —le preguntó entonces Paula, ofreciéndole una caja que debía haberle costado una fortuna al estirado de su novio.
Pedro se resistió, pero ella no. Y entonces tuvo que soportarla chupando y mordisqueando el chocolate. Porque no podía sencillamente metérselos en la boca, no. Tenía que mordisquearlos y meter la lengua dentro de los que tenían licor y... Volverlo loco por completo. Intentó cerrar los ojos, pero no servía de nada. Imaginaba aquella boca moviéndose sobre su cuerpo, mordisqueándolo, chupándolo, atormentándolo... Cuando abrió los ojos, la encontró mirándolo con curiosidad.
—¿Qué?
—¿Te duele algo?
Pedro ahogó una maldición.
—Digamos que me he encontrado más cómodo en otras ocasiones — contestó, cruzando las piernas para disimular su ofuscación.
Cuando Paula se levantó para cambiar el CD, observó su culito perfecto, tan redondito, tan respingón y... Pedro se tomó el whisky de un trago y dejó el vaso sobre la mesa, de golpe.
—Tengo que irme.
—¿De verdad?
A Pedro se le ocurrió entonces pensar que ella parecía triste. Quizá echaba de menos a Iván. No sabía por qué se había marchado tan temprano... Aunque, en realidad, tampoco había parecido muy contenta de verlo.
—De verdad.
Sintiera lo que sintiera por ese Iván, él no quería ser sustituto de nadie. Cuando se volvió para darle las gracias por el whisky, se chocó con ella y levantó los brazos en un gesto torpe para sostenerla. Pero en lugar de sujetarla lo que hizo fue atraerla hacia sí. Y, sin darse cuenta, inclinó la cabeza para buscar sus labios. Sabía a chocolate y a café, y se rindió ante el beso con un casi imperceptible gemido que lo volvió loco. Ella estaba de espaldas al dormitorio y Pedro podía ver la cama... La soltó para marcharse, pero sus brazos parecían tener otras ideas y, de repente, estaban sobre su trasero, apretándola contra él.
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