Pedro estaba molesto. Paula iba a marcharse a Londres el fin de semana para ver a un tal Iván. No era asunto suyo, por supuesto, pero lo molestaba de todas formas. Pamela acababa de llamar para decir que Carlos había ido al cardiólogo y éste le había recomendado una angioplastia. El electrocardiograma mostraba que era un buen candidato para ese tipo de intervención y no necesitaba un marcapasos. Profesionalmente, se sentía contento por Carlos. Pero personalmente, después de haber insistido docenas de veces, lo irritaba que hubiera sido Paula quien lo había convencido. Se dijo a sí mismo que estaba portándose como un crío, pero aquella chica empezaba a afectarlo. Y lo afectaba en todos los sentidos, manteniéndolo despierto por las noches e invadiendo sus sueños de tal forma que por la mañana, cuando se despertaba y recordaba lo que había soñado, su presión sanguínea se ponía por las nubes. Era absurdo; Paula lo ponía de los nervios, pero había algo en ella que lo hacía sentir... Agitado. Y lo hacía desear cosas que no podía tener. Como ella, por ejemplo. Se obligó a sí mismo a concentrarse en el paciente al que Paula estaba atendiendo, pasándose de tiempo como siempre, siendo muy simpática y básicamente haciendo que todo el mundo se sintiera bien a su alrededor. Todo el mundo menos él. Y menos Romina Reid, que volvió a la consulta tosiendo más que nunca.
—No sé qué le pasa —dijo su madre—. La verdad, pensé que era algo menos importante.
Paula comprobó sus notas, pero el informe del laboratorio sobre las flemas no había llegado todavía.
—Voy a llamar al laboratorio y esta tarde tendremos los resultados. Yo tampoco entiendo por qué ha empeorado la tos.
Romina tosió de nuevo y Paula miró a Pedro, con el ceño fruncido.
—Podría ser tos ferina —dijo, pensativa.
¿Tos ferina? Quizá tenía razón, pensó él.
—Yo llamaré al laboratorio. Si no les importa, esperen fuera a que la doctora Chaves termine la consulta y después podremos decirles algo.
Pedro fue a otro despacho para hacer la llamada.
—Sí, estábamos a punto de enviar el informe —contestaron en el laboratorio—. No es tos ferina, pero sí un virus relacionado, así que el antibiótico que le han recetado no va a hacerle efecto.
Pedro volvió a entrar en la consulta para informar a Paula.
—¿Y qué hacemos? ¿Un antivírico?
Él negó con la cabeza.
—No creo. Además, supongo que ya ha pasado la fase de contagio y cualquier tratamiento sería paliativo. Yo le diría que tomara baños de vapor y se quedara en casa descansando un par de días.
—Ya. Pues si el día que vino a la consulta estaba en la fase infecciosa, vamos listos... —sonrió Paula.
—Desde luego. Con la mala suerte que tengo, seguro que me lo ha contagiado. Y lo que necesito ahora es un sarampión para que mi felicidad sea completa.
Paula soltó una carcajada y él pensó que era aún más guapa cuando se reía. Ojalá pudieran llevarse bien. Pero, por alguna razón, parecían incompatibles.
Pedro disimuló un suspiro. En realidad, era mejor. No necesitaba más complicaciones en su vida, particularmente complicaciones con las que tuviera que trabajar durante seis meses. Además, ella estaba a punto de irse a Londres para pasar el fin de semana con un tal Iván. Mejor. Así tendría la casa para él solo. Estupendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario