—Gracias, doctora —dijo el hombre, levantándose—. ¿Cuándo tengo que volver?
—La semana que viene —intervino Pedro—. Para entonces, ya tendremos los resultados del laboratorio.
Paula esperó que Pedro hiciera algún comentario cuando la puerta se cerró, pero no dijo nada. Para su sorpresa, estaba anotando algo en un papel con la mano izquierda. Apuntando sus errores, seguro. Qué hombre. La moqueta estaba puesta, el colchón colocado y ella a punto de trasladarse. Pedro le dió un montón de sábanas del armario y la observó hacer la cama. Grave error. Mientras la veía pasar las manos por las sábanas para alisarlas, imaginaba aquellas manos en su piel... Paula colocó los almohadones y se volvió hacia él, sonriendo. Y a Pedro se le hizo un nudo en la garganta.
—Te ayudaría, pero ya sabes que no puedo —dijo en voz baja.
—No importa. ¿Quieres un té?
Pedro pensó que tendría la cocina para él solo a partir de aquel momento. No más charlas, no más discusiones sobre qué iban a cenar. No más radio. No más Paula canturreando mientras fregaba los platos... Él entró en la pequeña cocina, más para alejarse de ella que por otra cosa. Pero no había ni té ni leche, así que tuvo que ir a su casa a buscar lo necesario. Cuando la tetera empezó a pitar, ella estaba colocando dos tazas sobre la mesa, con la misma expresión alegre de siempre. Una expresión cargante. ¿Por qué sonreía tanto?
—Si no te apetece té, también he traído chocolate.
La sonrisa femenina iluminó la habitación.
—Gracias. Luego podríamos ir a comprar. Supongo que a tí también te hace falta llenar la nevera, ¿No?
—Seguramente. ¿Té o chocolate?
—Té. Pero siéntate, ya lo hago yo.
—Gracias.
Unos minutos después, estaban sentados el uno frente al otro. Era una escena tan ridículamente doméstica que Pedro hubiera podido soltar una carcajada. Pero no lo hizo. Aún tendría que soportar ir a la compra con ella.
—¿No te gusta el té?
—¿Por qué lo dices?
—No sé, como tienes esa cara tan larga.
—Perdona, estaba pensando en otra cosa.
—Espero que no estuvieras pensando en mí —rió Paula.
—No —mintió Pedro.
—Menos mal.
No era tanto Paula como lo que ella representaba. Eso era lo que lo ponía nervioso. Pedro se tomó el té de un trago, abrasándose la garganta. Pero no protestó.
—Voy a ponerme las botas.
—No tienes que venir a la compra. Puedo ir yo sola. Si me das una lista de lo que necesitas, yo te lo traeré.
Pedro se sintió absurdamente decepcionado. Pero no dijo nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario