martes, 31 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 48

El doctor había vuelto en el coche a Londres concentrado en sus pensamientos. Estaba claro que Sofía le había dicho algo a Paula que era la causa de su distanciamiento. Pero mientras daban el paseo, ella no le había parecido distante. La única forma de averiguarlo era ver a Sofía. Probablemente había dicho algo en broma y Paula lo había malinterpretado... La noche siguiente fue a su casa y se la encontró con un grupo de amigos.


—Quiero hablar contigo, Sofía —le dijo cuando ella lo recibió.


—Ay, imposible, Pedro —dijo ella, mirando su rostro inexpresivo y los ojos fríos—. Estamos por salir.


—Puedes reunirte con tus amigos más tarde. Ya es hora de que tengamos una charla, Sofía; y ¿Qué mejor momento que este?


—Bueno, de acuerdo —dijo ella, haciendo un mohín para luego sonreír, zalamera—. Comenzaba a pensar que me habías olvidado.


Pronto, cuando todos se hubieron ido, ella se sentó en el sofá y dió una palmadita a su lado.


—Qué bien, los dos solos.


El doctor se sentó en una silla frente a ella.


—Sofía, hemos salido juntos, nos hemos visto en casas de amigos, ido al teatro..., Pero creo que te he dejado claro que no había más que eso, una amistad —le dijo y preguntó abruptamente—: ¿Qué le has dicho a Paula?


La belleza desapareció del rostro de Sofía.


—¡Conque es eso, te has enamorado de esa sosa! Me lo imaginé hace semanas, cuando Dolores te vió en York. La insípida esa y sus estúpidos animales. Pues da igual, porque te he arruinado el plan: Le he dicho que estabas a punto de casarte conmigo, que la habías ayudado por compasión y que cuanto antes desapareciese de tu vida, mejor...


Se interrumpió al ver la frialdad del rostro masculino. 


—Pedro, no te vayas —le dijo cuando él se puso de pie—. No es la esposa adecuada para tí. Necesitas alguien como yo, que esté bien relacionada, reciba a la gente adecuada, se vista bien...


—Lo que necesito es un esposa que me ame y a quien yo ame —le respondió. Se dirigió a la puerta y se marchó.



Era una pena que tuviese la agenda tan abarrotada de pacientes los próximos días, pensó, deseando ver a Paula. Sintió deseos de llamarla por teléfono, pero sabía que no sería suficiente. Además, deseaba ver su rostro cuando hablase con ella. Volvió a su casa, fue a su despacho y comenzó a estudiar la pila de casos que tenía sobre la mesa tras apartar con firmeza a Paula de su mente. Lady Haleford llamó a la señora Twitchett a su dormitorio para preguntarle cómo iría Amabel a su casa.


—¿Dónde vive? ¿No me dijo alguien que venía de York?


—Sí, señora, tiene una tía allí. Se marchó de su casa cuando la madre se volvió a casar: El padrastro no la quiere. Viven en algún sitio de Castle Cary; tendrá que tomar el tren y luego un taxi o un autobús, si lo hay — dijo la señora Twitchett. Luego preguntó, titubeante—: Ah, señora, ¿Podríamos quedarnos con Félix y Marc mientras ella está fuera? Como su padrastro no los quiere... Los iba a sacrificar, por eso se marchó ella de su casa.


—Pobrecita. Ocúpese de que Enrique, el del garaje del pueblo, la lleve a su casa. Ya le he dicho que desde luego que los animales pueden quedarse.


Así que el taxi del pueblo llevó a Paula a su casa, lo cual fue un alivio, porque de lo contrario el viaje le habría resultado terriblemente largo y tedioso. Además, no tenía tiempo de organizarlo. Al final de la tarde, Enrique se detuvo frente a su casa. Varias ventanas estaban iluminadas y Paula vió un gran invernadero a un lado de la casa. Al bajarse del coche, vió otro más allá, donde antes estaba el huerto de manzanos. La puerta delantera se abrió al empujarla y al entrar al vestíbulo, vió a su padrastro salir de la cocina. 


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