A la mañana siguiente, tuvo que repetir todo y escuchar los comentarios satisfechos de la anciana.
—Le dije a Pedro que te habías comprado un vestido...
Paula deseó que la tierra la tragase. Encima de que él había consentido en sacarla a pasear, probablemente pensaba que ella se lo había comprado con la esperanza de que la invitase.
—Necesitaremos más papel —dijo rápidamente—. Iré a comprar un poco.
En la tienda, rodeada de las mujeres del pueblo, se sintió mejor. Era una tonta. ¿Qué importaba el motivo que Pedro hubiese tenido para invitarla a salir? Había sido una bonita sorpresa y se había divertido. Además, ¿Qué pretendía? Volvió e hizo el resto de los paquetes mientras contaba por tercera vez lo que había sucedido la noche anterior, ya que la anciana protestó que no le había contado nada. La salida sería un agradable recuerdo y nada más. Si volvía a ver al doctor, se ocuparía de indicarle que, aunque seguían siendo amigos, ni pretendía ni deseaba otra cosa. "Estaré un poco distante", reflexionó Amabel, y dentro de algunas semanas me habré ido. Como era una chica sensata, se puso a planear su futuro. Aquello era una pérdida de tiempo, porque Pedro lo estaba planeando por ella. Todavía le quedaban varias semanas con su tía, tiempo suficiente para que se pudiesen ver con frecuencia y permitir que Paula se diese cuenta por sí misma de que él estaba enamorado y quería casarse con ella. Tenía muchos amigos, seguro que alguno de ellos necesitaba compañía o algo por el estilo, donde Félix y Marc fuesen bienvenidos y donde él pudiese visitarla con tanta frecuencia como fuese posible.
No era la única persona que pensaba en el futuro de Paula. Sofía, decidida a casarse con él, veía en esa chica una seria amenaza. Pedro, inmerso en su trabajo y pensando en Paula, rechazó cortésmente varias de las invitaciones de Sofía y las sugerencias de salir alguna noche, sin pensar que ella quisiese nada más que su compañíade vez en cuando. Pero estaba equivocado. Sofía se fue a Aldbury, estacionó el coche lejos del centro del pueblo y se dirigió a la iglesia, un edificio antiguo y hermoso. Alguien, supuso que el vicario, se acercó a preguntarle si podía ayudarla. Era un hombre mayor, agradable, deseoso de hablar con aquella encantadora dama que estaba tan interesada en el pueblo.
—Oh, sí —le dijo—. Hay varias familias antiguas que viven en el pueblo desde hace mucho tiempo.
—¿Y aquellas hermosas casas de tejados de paja? Hay una que es bastante más grande que el resto.
—Ah, sí. La casa de lady Haleford. Una familia muy antigua. Ella es muy mayor y ha estado enferma últimamente, pero gracias a Dios ya está de vuelta en su casa. Hay una joven encantadora que le hace compañía. Apenas la vemos, porque tiene poco tiempo libre, pero el sobrino de lady Haleford viene a visitar a su tía y los he visto a ambos paseando a los perros. Hace poco que ha estado aquí y, según me han dicho, ¡salió con ella una noche! Perdone que hable tanto, pero es que al vivir en un pueblo pequeño tenemos tendencia a interesarnos en la vida de los demás. ¿Está de paseo por esta parte del país?
—Sí, esta es una buena época del año para pasear en coche. Ha sido un placer hablar con usted, vicario —dijo Sofía, y le estrechó la mano.
Varias señoras la miraron desde la tienda del pueblo, sin perder detalle de su apariencia. Se marchó rápidamente en el coche, pero pronto se detuvo a un lado del camino para pensar mejor. Estaba furiosa. No amaba a Pedro, pero deseaba lo que un matrimonio con él le daría: Un marido guapo, dinero, una casa hermosa y la posición social que le proporcionarían su nombre y la profesión de su marido. Dió un puñetazo de rabia al volante. Tenía que hacer algo pronto, pero ¿Qué?
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