—Busco a la señorita Paula Chaves—dijo el doctor con una sonrisa agradecida, suscitando mayor interés aún.
—Está de visita en casa de su tía. La casa grande de dos pisos al final de la calle. No tiene pérdida —dijo la señora y miró el reloj—. Seguro que estarán en casa.
El doctor fue hasta donde le habían indicado y detuvo el coche frente a la casa, una construcción sólida de ladrillo visto que ofrecía una alegre imagen con sus ventanas iluminadas. Llamó a la puerta. La señorita Chaves abrió con expresión severa, capaz de disuadir a alguien menos decidido que él.
—He venido a ver a Paula —dijo el doctor amablemente—. Soy el doctor Alfonso, Pedro Alfonso. Su madre me ha dado las señas.
—Teresa Chaves—replicó la señorita Chaves, estrechando la mano que él le alargaba—. Soy la tía abuela de Paula. Me ha hablado de usted —miró por encima de su ancho hombro—. Estábamos a punto de tomar el té. ¿Quiere hacer entrar al perro? Espero que no sea agresivo, porque Marc está aquí.
—Ya se conocen —sonrió él—, gracias.
Dejó salir a Tiger y ambos la siguieron atravesando la casa hasta un salón amplio y cálido, con hermosos muebles antiguos, plantas y adornos, algunos de valor. Paula se puso de pie con expresión de agradable sorpresa y el doctor suspiró aliviado.
—Paula —dijo estrechándole la mano con una sonrisa—, fui a tu casa y tu madre me dió estas señas. He tenido que venir a York por uno o dos días y me pareció una buena oportunidad para renovar nuestra amistad.
—Me he marchado de casa —dijo ella, mirando su rostro amable.
—Sí, me lo dijo tu padrastro. Se te ve muy bien.
—La tía Teresa es muy buena conmigo. Y Marc y Félix se sienten a sus anchas.
—Siéntese y tome un té. Cuénteme lo que lo ha traído a York, doctor Alfonso —dijo la tía Teresa levantando la tetera.
El doctor también tenía tías, así que se sentó dócilmente a tomar el té y respondió sus preguntas sin decirle demasiado. Pronto la conversación se hizo general y él no intentó preguntarle a Paula cómo era que se encontraba tan lejos de su casa. Ya se lo diría ella cuando llegase el momento. Todavía le quedaban dos días antes de volver a Londres.
—Tomamos una merienda-cena a las seis. Esperamos que venga, a menos que tenga algún compromiso en York.
—No tengo nada hasta mañana por la mañana. Acepto con gusto.
—En ese caso, será mejor que Paula y usted saquen a los perros a correr un rato mientras yo me ocupo de preparar la comida.
Estaba oscuro ya y hacía fresco. Paula se puso la gabardina.
—Podemos subir hasta arriba del pueblo y volver por el sendero de atrás —le dijo.
—Cuéntame lo que sucedió —sugirió él tomándola del brazo cuando salieron con un perro de cada lado. Era un alivio contárselo al doctor, que había estado allí, así que no había necesidad de explicarle quiénes eran Marc y Félix, o su padrastro...
—Lo intenté —dijo Paula—, de veras intenté que me gustase y quedarme en casa hasta que se estableciesen y les pudiese decir que me gustaría estudiar algo. Pero le caí mal, aunque pretendía que trabajase para él, y odiaba a Marc y a Félix.
Tomó aliento y volvió a empezar, sin olvidarse de nada, intentando remitirse a los hechos y no dejarse llevar por sus emociones.
—Has hecho bien —dijo el doctor cuando ella acabó—. Muy bien. Un poco arriesgado lanzarte a hacer el viaje hasta aquí, pero era un riesgo que valía la pena correr.
Volvían a la casa y en la oscuridad se dió cuenta de que ella estaba llorando. Por más que le hubiese causado un gran placer consolarla con un abrazo, evitó hacerlo para no complicar las cosas.
—¿Quieres pasar la tarde conmigo mañana? —le preguntó—. Podríamos ir hasta la costa.
—Me encantaría —dijo ella, tragándose las lágrimas—. Gracias.
La tía Teresa había puesto la mesa con elegancia, con la tetera en una esquina, huevos fritos en la otra y tostadas, mantequilla y paté casero. También había confitura, miel y sándwiches. Y en el medio, un plato lleno de pastelitos y bizcochos de varios tipos. El doctor, que estaba hambriento, disfrutó de la comida con placer, algo que lo elevó a los ojos de la tía Teresa, de modo que cuando propuso llevar a Paula a dar un paseo en coche al día siguiente, a la tía le pareció una buena idea.
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