Dolores parecía afectuosa por la mañana: Quiso saber dónde había ido Paula, si había comido bien y si su amigo volvería a visitarla. Paula, sorprendida por su actitud, no vió motivos para esconderle nada y le hizo un alegre relato de su tarde. Cuando Dolores mencionó que quizás él volviese pronto, ella le aseguró que sí. Cualquier duda sobre el plan de Sofía se la quitó la chica de la pastelería cuando le sirvió el café.
—Qué bien que Paula tenga con quien salir —comentó—. Se lo ve muy enamorado de ella. La besó al despedirse y todo. Se quedó en la puerta de la tienda una eternidad, hasta que ella entró. Ya volverá, seguro. Qué increíble, ¿No? Con lo sosa que parece...
Sofía se tenía que enterar de aquello, así que Dolores envió a Paula a la oficina de correos a buscar un paquete y llamó a su amiga por teléfono. Imaginaba que su reacción sería de rabia o de lágrimas, pero no esperaba silencio.
—¿Sofía? —preguntó después de un momento.
Sofía pensaba rápido; había que deshacerse de la chica enseguida. Si Dolores no estaba decidida todavía, tendría que hacerlo con urgencia.
—Dolores, tienes que ayudarme —dijo con una vocecilla angustiada—. Estoy segura de que es algo transitorio. Hace unos pocos días pasamos la velada juntos —añadió, aunque era totalmente falso. No le preocupaba mentir, lo importante era contar con el apoyo de Dolores. Logró emitir un gemido—. Si él vuelve a visitarla y ella no está, no podrá hacer nada el respecto. Sé que tiene compromisos en el hospital que no podrá evitar —se inventó—. Por favor, dile que ella tiene un trabajo nuevo y que no sabes dónde es. ¿O que tiene novio? Mejor dile que dijo que se reuniría con su tía en Italia. Ahí sí que no se preocuparía más por ella. De hecho, seguro que es lo que ella haría.
—Pero tiene el gato y el perro... —comenzó Dolores.
—¿No has dicho que había un matrimonio que trabajaba para su tía. Se los dejará a ellos —dijo. Parecía una solución razonable.
—De acuerdo, la echaré. Pero dentro de unos días. Tengo que preparar la mercancía de Navidad y no puedo hacerlo sola.
—No sabes cuánto te lo agradezco —dijo Sofía, emitiendo otro convincente gemido—. Estoy segura de que todo se arreglará cuando él vuelva y estemos juntos nuevamente.
Lo cual era excesivamente optimista por su parte. Una vez que Pedro volvió, no hizo ningún intento por ponerse en contacto con ella. Cuando ella lo llamó, un inexpresivo Bernardo le dijo que el doctor no se podía poner. Desesperada, fue al consultorio, donde le dijo a la recepcionista que él la esperaba cuando terminase de ver a sus pacientes.
—Pedro, sé que no debería estar aquí, pero hace tanto que no nos vemos... —dijo cuando él salió de la consulta a la sala de espera. Levantó el rostro hacia él, consciente de su propia belleza—. ¿He hecho algo que te ha molestado? Nunca estás en casa cuando te llamo, tu mayordomo siempre dice que no te puedes poner —le colocó una mano en el brazo y esbozó una triste sonrisa que había practicado frente al espejo.
—He estado ocupado... Y lo sigo estando. Lamento no haber podido verte, pero me tendrás que tachar de tu lista, Sofía —le sonrió—. Estoy seguro de que hay media docena de hombres haciendo cola para salir contigo.
—Pero ellos no son tú, Pedro —rió ella—. No estoy dispuesta a dejarte ir —dijo, y se dio cuenta de su error cuando él levantó las cejas ligeramente—. Eres el perfecto compañero para salir de vez en cuando, y lo sabes.
Se despidió de él con un alegre adiós.
—Estarás en la cena de los Sawyer, ¿Verdad? —añadió—. Nos veremos allí.
—Sí, por supuesto —dijo él, pero Sofía se dió cuenta de que, de no ser por sus buenos modales, le habría demostrado su impaciencia.
Cuanto antes se librase Dolores de aquella muchacha, mejor, pensó. Una vez que esta hubiese desaparecido del mapa, ella se dedicaría a cazar a Pedro. Pero Dolores no había hecho nada por echar a Paula. Por un lado, porque la necesitaba en la tienda y por el otro, su indolencia le impedía tomar decisiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario