Paula hizo una lista mientras tomaba la sopa: Una alfombra barata, una pantalla bonita para la lámpara, un par de cojines, un jarrón, pues era esencial tener unas flores, y un par de ganchos para colgar su escasa ropa. Dejó a Félix durmiendo en su cesta, apagó la estufa y, tomando la correa de Marc y su abrigo, salió de la tienda y echó el cerrojo. Para entonces era media tarde y no había gente en la calle. Caminó a paso vivo hasta la iglesia de St. Mary, que tenía un parque donde podría hacer correr un poco a Marc todos los días antes de abrir la tienda y también después de cerrarla. Durante el día tendrían que usar el rectángulo de césped, podría dejar la puerta abierta... Cuando volvía, pensó en el doctor Alfonso. Trataba de no hacerlo con demasiada frecuencia, porque era lo bastante sensata para darse cuenta de que no había sitio en su vida para él, pero siempre le estaría agradecida. Al acercarse a la tienda vió marquesinas iluminadas.
Después de merendar, encendió las luces y recorrió la tienda lentamente, sin tocar nada pero fijándose dónde estaba todo. También buscó el sitio del papel de envolver, la cinta y las etiquetas. Cuanto antes aprendiese todo, mejor. Luego cenó, sacó a los animales por última vez y se preparó para dormir. Hizo lo que pudo con el lavabo del servicio, pero se preguntó cómo haría para ducharse. La chica de la pastelería parecía simpática, quizá la pudiese ayudar. Se metió en la cama, sus dos compañeros se echaron a sus pies y se durmió enseguida. Se levantó pronto al día siguiente, se vistió y le abrió la puerta a Félix para que saliese al jardincito. Luego llevó a Marc a dar su paseo. Al volver, había algunos signos de vida: Las cortinas de las viviendas sobre las tiendas comenzaban a descorrerse y de la pastelería salía un delicioso aroma a pan. Paula hizo la cama, ordenó la habitación, les dio de comer a los animales y después de desayunar fue a la tienda, cerrando la puerta de comunicación. Cuando la señorita Trent llegó, se encontraba esperándola.
—Normalmente no vengo tan pronto —le dijo su jefa después de responder apenas con una cabezadita a su saludo. Dolores se quitó el abrigo y tomando un espejito, se estudió el rostro—. Si no estoy, abre la tienda. Y si no estoy a la hora de la comida, cierra la tienda media hora y vete a comer algo. ¿Has echado un vistazo? ¿Sí? Pon el cartel de «Abierto» en la puerta. Hay un plumero debajo del mostrador: quita el polvo al escaparate y luego saca las figuras de porcelana que hay en esa caja con cuidado. Ponlas en el estante de abajo y márcalas con el precio, que estará en la factura dentro de la caja.
Guardó el espejo y le quitó el cerrojo al cajón del mostrador.
—¿Cuál era tu nombre? —cuando Paula se lo recordó, dijo—: Pues, bien, yo te llamaré Paula y tú me puedes llamar Dolores. Probablemente no habrá clientes hasta las diez, así que me iré al lado a tomar un café. Puedes tomarte el tuyo cuando vuelva.
Lo cual fue media hora más tarde. Para entonces, Paula había acabado con las figuritas de porcelana, rezando para que no apareciese ningún cliente.
—Tómate quince minutos —dijo Dolores—. Hay café y leche en la cocina; bébetelo en tu habitación si quieres.
Los animales se alegraron de verla, aunque fuese por un momento. Cuando volvió, había gente en la tienda. Se tomaban su tiempo en elegir lo que querían. Dolores les prestaba poca atención, sentada tras el mostrador mientras Paula se encargaba de envolver las compras. Muy de vez en cuando aconsejaba a algún cliente con voz lánguida. A la una le dijo a Paula que cerrase la puerta con llave.
—Abre nuevamente dentro de media hora si no he vuelto —le dijo—. ¿Te he dicho que el miércoles cierro por las tardes? Probablemente me vaya un poco más pronto, pero tú puedes cerrar la tienda y luego hacer lo que quieras.
Aunque Paula se alegró al enterarse, le pareció que la mentalidad de su jefa no era demasiado comercial. Cerró la tienda y se hizo un sándwich antes de ir a sentarse en la hierba con Félix y Marc. Se alegró el miércoles a la una; nunca pensó que cansaría tanto estar de pie en la tienda y aunque Dolores era amable, hacía que Paula se quedase después de la hora de cierre para desembalar la mercancía y colocarla en el escaparate. Dolores hacía poco más que sentarse detrás del mostrador y hablar todo el tiempo por teléfono. Solo se implicaba cuando algún cliente se mostraba realmente interesado en comprar.
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