La lista les llevó varios días de trabajo, porque lady Haleford solía quedarse dormida con frecuencia, pero finalmente Paula tomó el autobús del pueblo con la lista y un fajo de billetes en el bolso. Se divirtió haciendo las compras, aunque fuesen para otra persona. Como lady Haleford tenía una familia grande, la lista era larga: libros, rompecabezas y juegos para los más pequeños; para los mayores, albaricoques en brandy, una mezcla especial de café, botes de queso Stilton, una caja de vino, cajas de frutas confitadas y chocolates que hacían agua la boca. Le sobraba una hora hasta que partiese el autobús, así que Paula hizo sus propias compras. Ya era hora, pensó, de proveerse de artículos de perfumería, medias y un grueso jersey. Y luego regalos: una baraja para lady Haleford, un pañuelo de seda para la señora Twitchett, unos pendientes para Nélida, un collar nuevo para Marc y un ratón de juguete para Félix. Le costó encontrar un regalo para su madre; eligió una blusa de seda rosa y, como no podía dejarlo sin regalo, le compró un libro a su padrastro. En el último momento vió un vestido, gris plata, de un tejido suave. El tipo de vestido que serviría para cualquier ocasión, se dijo. Después de todo, era Navidad. Lo compró, y cargada con paquetes, volvió a Aldbury. La anciana quiso ver todo y, después de tomar una taza de té, Paula pasó la siguiente hora desenvolviendo y envolviendo paquetes con cuidado. Lady Haleford le dijo que al día siguiente tendría que ir a la tienda del pueblo a comprar papel de regalo y etiquetas, para poner los nombres. La tienda de] pueblo era un tesoro de artículos navideños. Pasó una alegre media hora eligiendo papel y cintas de colores y luego, de rodillas en el suelo para que lady Haleford la pudiese supervisar, se alegró de su experiencia en la tienda de Dolores. Más de una vez tuvieron que desenvolver algún paquete porque la vieja señora se dormía y luego no recordaba para quién era. El doctor, que entró en la habitación sin que ninguna de las dos se diese cuenta, se quedó en el umbral mirándola por detrás. Incluso sin verle el rostro, se notaba que Paula estaba nerviosa. La anciana abrió los ojos y lo vió.
—Pedro, qué placer. Paula, he cambiado de opinión. Desenvuelve el Stilton y busca una caja en la que meterlo.
Paula dejó el queso y miró por encima de su hombro. Pedro le sonrió y ella lo retribuyó con una radiante sonrisa, porque estaba feliz de volverlo a ver.
—¿Stilton? ¿Para quién es, tía? —preguntó el doctor, mirando la montaña de alegres paquetes—. Veo que has hecho tus compras navideñas.
—¿Te quedas a comer? —preguntó lady Haleford—. Paula, ve a decírselo a la señora Twitchett —dijo, y cuando ella se fue, añadió—: Pedro, ¿Quieres sacar a pasear a Paula, por favor? Un paseo en coche... O a merendar, o a lo que sea. No sale nunca y nunca se queja.
—Desde luego. Uno de los motivos por los que venía era para invitarla a cenar algún día.
—Estupendo. La señora Twitchett me ha dicho que Paula se ha comprado un vestido nuevo. Porque es Navidad, le dijo. Quizá no le pago suficiente...
—Tengo entendido que está ahorrando para poder estudiar algo.
—Sería una buena esposa... —dijo la anciana y se durmió nuevamente.
Después de comer, mientras paseaban a los perros y conversaban tranquilamente como dos viejos amigos, él la invitó a cenar. Pero ella se detuvo para elevar los ojos hasta los de él.
—Oh, sería estupendo, pero no puedo, ¿Sabes? Tendría que dejar a lady Haleford sola toda la velada. Nélida se va a casa de su madre después de la cena y la señora Twitchett estaría sola.
—Ya veremos cómo lo solucionamos, si lo dejas en mis manos.
—Además —continuó Paula—, tengo solo un vestido. Una tontería que cometí porque es Navidad.
—Ya que te lo pondrás cuando salgamos, no me parece que sea una tontería —dijo él suavemente—. ¿Es bonito?
—Gris pálido. Muy sencillo. No se pasará de moda en varios años.
—Me parece lo ideal para salir por la noche. Te vendré a buscar el sábado que viene. A las siete y media.
Volvieron y, al cabo de un rato, él se fue.
—El sábado —le recordó, inclinándose para darle un rápido beso en la mejilla. Tan rápido que ella no supo si eran imaginaciones suyas.
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