jueves, 12 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 25

 —Pensaba que podíamos cenar en mi hotel —le dijo—, pero si no estás demasiado cansada podemos recorrer un poco la ciudad. York es magnífica y me gustaría conocerla un poco más.


—A mí también. Pero me parece que sería mejor que no fuese a cenar. Es decir, está Marc y yo no... No estoy vestida para...


—La gente del hotel es muy comprensiva con los perros. Los dos pueden quedarse en mi habitación mientras cenamos. Y estás muy guapa así, Paula.


Lo dijo de una manera tan natural, que ella se tranquilizó inmediatamente y, al cabo de un rato, siguieron con su paseo. Aunque los edificios históricos ya estaban cerrados, recorrieron las calles hasta volver a Shambles por el extremo opuesto de la tienda de Dolores. Allí se detuvieron un rato mientras ella le mostraba la pequeña iglesia medieval adonde iba a veces, y luego se dirigieron a Minster. Los dos estuvieron de acuerdo en que era un sitio que había que ver con tiempo. El hotel quedaba cerca de allí y, mientras Paula se iba a arreglar un poco y dejar el abrigo, el doctor entró con los perros. Cuando ella volvió a salir, la estaba esperando.


—Nos merecemos una copa —le dijo—. Y espero que tengas tanto apetito como yo.


El hotel no era muy grande, pero tenía el discreto confort de un perfecto servicio. El maitre los llevó a una de las mejores mesas y nadie prestó atención a la ropa sin gracia de Paula. Comieron delicados soufflés de queso seguidos de rosbif con una exquisita guarnición. A ella no le venía mal una buena comida y, desde luego, saboreó cada bocado. Logró incluso probar un poco de mousse de limón de postre. Disfrutó con toda espontaneidad y la copa de clarete que él le pidió le devolvió el color a sus mejillas, además de quitarle la timidez. Hablaron como dos personas que se conocen bien y luego, después de tomar el café tranquilamente, el doctor fue a buscar los perros y Paula, su abrigo; y volvieron a la tienda. Daban las once cuando llegaron. Él le abrió la puerta y le dió la correa de Marc.


—Mañana es miércoles. ¿Tienes la tarde libre? —preguntó, y cuando ella asintió con la cabeza, dijo—: Bien. ¿Puedes estar lista a la una y media? Llevaremos a los perros hasta el mar, ¿Te parece? No te molestes en comer, tomaremos cualquier cosa aquí al lado.


—¡Qué estupendo! —le sonrió ella—. Dolores casi siempre se va a las doce los miércoles, así que puedo cerrar puntualmente. Solo tendré que ocuparme de Félix —dijo, añadiendo un poco preocupada—: ¿Es necesario que vaya muy arreglada?


—No, no. Ponte ese abrigo y algo con que cubrirte la cabeza: puede hacer fresco en la costa.


—Gracias por la cena —dijo ella, alargando la mano—. Lo he pasado muy bien.


—Yo también, Paula —dijo él con sinceridad—. Esperaré hasta que entres y cierres. Buenas noches.




Ella entró por la tienda y se dió la vuelta para saludarlo con la mano cuando abrió la puerta de su habitación y encendió la luz. Después de un momento, el doctor se fue al hotel. Tendría que volver a Londres al día siguiente, pero podía marcharse tarde y viajar por la noche. Así podrían volver a cenar juntos.


—¿Estoy bobo? —le preguntó a Tiger.


El gruñido del perro podría haber sido tanto sí como no.


—¿Lo pasaste bien con tu amigo, Paula? —dejó caer Dolores a media mañana.


—Oh, sí, gracias —respondió ella, contenta ante su inesperado interés—. Fuimos a dar un paseo por la ciudad y cenamos en su hotel. Y esta tarde vamos al mar.


—Habrán tenido bastante de lo que hablar...


—Mucho. Su visita fue tan inesperada. Creí que no lo volvería a ver...


—¿Viene mucho? York queda lejos de Londres.


—Pues sí. Vino justo antes de que comenzase a trabajar aquí. Mi madre le dijo dónde encontrarme.


Dolores, prudentemente, no hizo más preguntas.


—Abrígate bien —le dijo—. Hará fresco en la costa. Y puedes irte en cuanto llegue, tengo cosas que hacer en la tienda. 

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