martes, 24 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 40

No la sorprendió en absoluto que lady Haleford no pusiese ninguna objeción a que saliese con el doctor. Además, una amiga de la señora Twitchett iría a pasar la velada con ella.


—Sal y diviértete —dijo la vieja señora—. Disfruta de la cena y baila un poco.


Así que cuando llegó el sábado, Paula se puso su vestido gris y se afanó con el maquillaje y el cabello. El doctor la esperaba abajo. Lady Haleford se había negado a irse a la cama pronto; la señora Twitchett la ayudaría, le dijo a Paula, aunque esta tendría que pasar por su habitación al volver, en caso de que necesitase algo. Ésta, con su vestido gris bajo el abrigo, saludó al doctor con seriedad. Dijo que estaba lista, le deseó las buenas noches a la señora, les dijo a Marc y Félix que se portasen bien y se sentó en el coche junto a Pedro. Era una noche despejada y fría. Una luna brillante convertía todo en plata.


—No iremos demasiado lejos —dijo el doctor—. Hay un bonito hotel cerca. Podemos bailar si nos apetece.


Comenzó a hablar de una cosa y de otra, y Paula, que se había sentido un poco cohibida, perdió su timidez y comenzó a divertirse. No sabía por qué se sentía de repente cohibida con él, después de todo, era su amigo, un viejo amigo. Él había elegido con cuidado el hotel y era perfecto. El vestido gris, sencillo y sin pretensiones, pero con clase, iba perfectamente con el discreto lujo del restaurante. La comida estaba deliciosa. Paula comió gambas, ensalada César y lenguado a la plancha con patatas paja. Luego, dulces navideños. El sitio estaba lleno y la gente bailaba. Cuando el doctor sugirió que bailasen, ella se puso de pie inmediatamente.


—Hace años que no bailo —se le ocurrió decir cuando llegaron a la pista.


—Ya era hora, entonces —dijo él, inclinando la cabeza para sonreírle.


Paula bailaba muy bien y no se le había olvidado. Pedro se preguntó cuánto tardaría ella en darse cuenta de que lo amaba. Estaba dispuesto a esperar, ¡Pero ojalá no fuese demasiado! La buena comida, el champán y el baile habían transformado a una muchacha bastante sosa en alguien totalmente distinto. Cuando llegó el momento de marcharse, ella, con las mejillas arreboladas y los ojos brillantes, desinhibida por el champán, le dijo que nunca lo había pasado tan bien en su vida.


—York parece una pesadilla —le dijo—. ¿Y si no me hubieses encontrado? ¿Qué habría hecho? Eres mi ángel de la guarda, Pedro.


—Bueno, ya te las habrías apañado sola —dijo el doctor, que no tenía intención de ser su ángel de la guarda, sino alguien mucho más interesante—. Eres una chica muy sensata, Paula.


De repente, todas las cosas que ella deseaba decir se le secaron en la boca.


—He bebido demasiado —le dijo, y habló de los placeres de la velada hasta que llegaron a la casa de lady Haleford.


Él entró con ella para encenderle las luces y asegurase de que estuviese bien, pero no se quedó. Paula lo acompañó hasta la puerta, agradeciéndole nuevamente la invitación.


—La recordaré siempre —dijo.


Pedro la rodeó con sus brazos y le dió un beso, pero antes de que ella pudiese decir nada, se había ido, cerrando la puerta silenciosamente tras de sí. Paula se quedó un largo rato pensando en el beso, pero luego se quitó los zapatos y subió a su habitación. Todo estaba silencioso cuando se asomó a la puerta del cuarto de lady Haleford, así que se desvistió y se preparó para dormir. Se estaba metiendo en la cama cuando oyó la campanilla de la anciana que la llamaba. Se puso una bata y fue a ver qué necesitaba. Lady Haleford estaba completamente despierta y quería que le contara todo lo que había hecho.


—¿Dónde fueron y qué comieron?


Así que Paula ahogó un bostezo y se hizo un ovillo en un sillón junto a la cama para relatarle lo que había sucedido. Todo menos el beso, por supuesto.


—Te lo has pasado bien —dijo la anciana, complacida—. Fue idea mía, ¿Sabes?, que Pedro te llevase a pasear. Es muy amable, ya sabes. Siempre dispuesto a hacer un favor. Y está tan ocupado, que estoy segura de que le habrá costado encontrar el momento —lanzó un suspiro de satisfacción—. Ahora, vete a la cama, Amabel, que mañana tenemos que acabar con los regalos de Navidad. 


Paula le ahuecó la almohada, le ofreció una bebida, redujo la luz de la mesilla y volvió a su habitación. Allí se metió en la cama y cerró los ojos, pero no se durmió. Su hermosa velada había sido una farsa, un acto de caridad hecho por obligación por alguien que ella creía que era su amigo. Seguía siendo su amigo, se dijo, pero su amistad estaba mezclada con conmiseración. Finalmente se durmió con las mejillas húmedas por las lágrimas.


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