Paula bajó al salón tan lentamente como pudo. Félix y los perros habían entrado allí cuando llevaron el café, y el doctor estaba sentado frente al fuego. Se levantó al verla entrar, acercó una silla a la suya y la invitó a que sirviese el café.
—Y ahora cuéntame qué pasa —le dijo con calma—. Porque algo pasa, ¿No? ¿No somos lo bastante amigos como para que me lo digas? ¿Es algo que he hecho?
—Pues sí —dijo ella tomando un sorbo de café—. Pero son tonterías mías, así que si no te importa, preferiría no hablar de ello.
El doctor tuvo que contenerse para no estrecharla entre sus brazos.
—Sí que me importa.
Ella dejó su taza sobre la mesita.
—Bueno, no era necesario que me llevaras a cenar porque Lady Haleford te lo pidiese. Si lo hubiese sabido, no habría ido... —se atragantó de rabia—. Como darle un bizcocho a un perro...
Pedro reprimió una carcajada, no de diversión, sino de alivio y ternura. Si aquello era todo...
—Y no me compré el vestido porque esperara que me invitases a salir —prosiguió ella, que no había acabado. Lo miró a los ojos—. Eres mi amigo, Pedro y así es exactamente como te considero: Como un amigo.
—Venía para invitarte a salir, Paula —le dijo él con calma—. Nada de lo que mi tía dijera tuvo ninguna influencia. En lo que concierne a tu vestido nuevo, ni se me había ocurrido. Era un vestido bonito, pero tú estás guapa de cualquier manera —habría querido decirle muchas más cosas, pero aquel no era el momento adecuado—. ¿Seguimos siendo amigos?
—Sí, claro que sí, Pedro. Siento haber sido tan tonta.
—Saldremos otra vez después de Navidad. Me parece que seguirás aquí un tiempo más.
—Me siento muy feliz aquí. Todos son tan amistosos en el pueblo y realmente no tengo nada que hacer.
—Dispones de muy poco tiempo para tí misma. ¿Tienes oportunidad de ver a alguien, de salir y conocer gente joven?
—Pues no, pero no me importa.
Al rato, él se levantó para irse. Seguía nevando y todavía le quedaba bastante camino. Tiger, con pocos deseos de partir, se acercó. Paula se inclinó a acariciarlo.
—Vete con cuidado —le dijo al doctor—. Y espero que tú y tu familia tengan una feliz Navidad.
Se quedó mirándola.
—¡El año que viene será diferente! —le dijo, y sacó un paquetito del bolsillo—. Feliz Navidad, Paula —dijo, y la besó. No esperó a oír sus sorprendidas gracias.
Paula, apretando en su mano la pequeña caja envuelta en alegres colores, miró al coche hasta que desapareció de la vista. Pensar que él volviese a visitarla de camino a Londres hizo que un dulce calorcillo le recorriese el cuerpo. Esperó hasta la mañana de Navidad antes de abrir su regalo, sentada en la cama en la oscuridad. Contenía un broche, un lazo de oro y turquesas, una joya pequeñita que iría bien con su modesto vestuario. Se levantó y se puso el vestido gris, prendiéndose el broche en el escote antes de ponerse el abrigo para ir a la iglesia. Aunque ya no nevaba, cubría el suelo una gruesa alfombra blanca y el día estaba oscuro y frío. Cuando acabó el servicio, saludó alegremente a los vecinos, deseándoles felicidades, y volvió a la casa a sacar a Marc a dar un breve paseo antes de dejarlo al calor de la lumbre. Lady Haleford, se había despertado de mal humor. No quiso desayunar, no quiso levantarse y dijo que se encontraba tan cansada que no quería mirar sus regalos.
—Léeme un rato —pidió, caprichosa.
Paula se sentó entonces a leerle Mujercitas. Encontró el capítulo que describía la Navidad; los sencillos placeres de las cuatro niñas y su madre contrastaban con la vida muelle que siempre había llevado Lady Haleford.
—Soy una mujer horrible —dijo al rato Lady Haleford.
—Es usted una de las personas más buenas que conozco —dijo Paula y, olvidando que era solo una empleada, se levantó y abrazó a la anciana con cariño.
Así que la Navidad fue Navidad después de todo. Abrieron sus regalos, comieron el pavo, el pastel de frutas y los dulces navideños, intercalados con breves siestas para descansar, y Paula se fue a dormir temprano después de meter a la anciana en cama. No tenía nada más que hacer, pero no importaba. Pedro volvería a Londres al día siguiente y quizá pasaría a saludarlas otra vez... Pero nevaba y el doctor no podía correr el riesgo de no llegar a Londres por la nieve, así que no se detuvo en el pueblo. El mal tiempo continuó malo hasta Año Nuevo, que amaneció soleado. Mientras Paula paseaba a un reticente Marc, se preguntó qué le depararía el año que comenzaba...
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