martes, 10 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 24

Cuando llegó a su casa, Dolores se sirvió una copa y llamó por teléfono sin dilación.


—Sofía, escucha y no interrumpas. ¿Sabes dónde está tu Pedro? ¿No? ¿Es un hombre alto y guapo que habla con parsimonia y va con un perro negro? Está en mi tienda. Parece llevarse muy bien con Paula, mi empleada. Hace tiempo que se conocen —lanzó una risita—. No estés tan segura de que Pedro sea tuyo, Sofía.


Escuchó la voz indignada de Sofía y sonrió. Era una antigua compañera de colegio, pero no le vendría mal que le bajasen un poco los humos.


—No te alteres tanto, cielo. Ha venido por un par de días. Me mantendré alerta y ya te avisaré si hay algo por lo que preocuparse —la tranquilizó—. Lo dudo, porque ella es una cosita insignificante, una sosa que se viste súper mal. Ya te llamaré mañana.


—¿Dónde vives, Paula? —preguntó el doctor una vez que Dolores se fue—. Supongo que aquí no.


—Pues sí. Tengo una habitación en la trastienda.


—Ya me la mostrarás cuando vuelva —dijo él lanzando una mirada el reloj—, dentro de media hora.


—Pues... —dijo ella dudando.


—¿Te alegras de verme, Paula?


—Sí —afirmó sin titubear.


Se acercó a ella y la tomó de las manos, inclinando la cabeza para mirarla.


—Hay un proverbio nigeriano que dice: «Al verdadero amigo, tómalo con ambas manos» —dijo, añadiendo con suavidad—: Yo soy un verdadero amigo, Paula. 


Mientras cerraba la tienda, les daba de comer a los animales y se arreglaba, Paula sintió un agradable calorcillo interno. Tenía un amigo, un amigo de verdad. Pasaría la velada con él y podría hablar. Tenía tanto de que hablar...


—Me falta sacar a pasear a Marc —le dijo cuando llegó y lo hizo pasar a su habitación.


Él se quedó en el medio y miró a su alrededor, acariciando a Marc, distraído. No permitió que su rostro expresase nada.


—Es una ventaja tener espacio para Félix y Marc, ¿No? ¿Están contentos?


—Sí. No es lo ideal, pero tengo suerte de haberlo encontrado. Y tengo que agradecérselo a usted. No he podido hacerlo antes porque no sabía dónde vivía.


—Suerte que he venido entonces. ¿Podemos dejar a Félix solo durante unas horas?


—Sí. Sabe que saco a Marc por la noche. Me pondré el abrigo.


Se moría por una taza de té. Se le había hecho eterna la tarde sin tomar nada. Además, tenía hambre. Le había dicho que eran verdaderos amigos, pero no lo conocía lo bastante para pedirle que fuesen a una cafetería; además, Marc necesitaba su paseo. Hacía media hora que andaban cuando él se detuvo y la tomó del brazo.


—El té —le dijo—. ¿Has tomado tu té? ¡Si seré imbécil!


—No, no importa —dijo ella—. En serio. Fue una sorpresa tan agradable cuando apareció en la tienda...


—Tiene que haber algún sitio donde podamos merendar —dijo él.


Así es que fueron a un salón de té, donde saciaron su apetito con tostadas con mantequilla, pastelitos de frutas y una tarta de nuez que él insistió en que probase. 

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