jueves, 5 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 20

Paula esperaba ilusionada que Josh la fuese a buscar. Algo era algo: Un sitio donde vivir y la oportunidad de obtener la experiencia que necesitaba para conseguir un trabajo mejor. Podría hacer amigos, buscar con tranquilidad una habitación en la que le permitiesen tener a sus animales y encontrar un empleo con un salario más alto. Pero tiempo al tiempo. Y todo, gracias al doctor Alfonso. Qué pena no poder ponerse en contacto con él para agradecérselo. Pero él había vuelto a su mundo, en algún lugar de Londres, y Londres era enorme. Le costó un poco de trabajo convencer a la tía Teresa de que trabajar en la tienda de la señorita Trent tendría la ventaja de abrirle la puerta a otras oportunidades; que sería mucho más fácil encontrar trabajo una vez en York que si se quedaba en Bolton Percy, como la tía sugería, y al fin lo logró. Así que Paula envió sus referencias y, al cabo de un par de días, consiguió el trabajo.


—Me da mucha pena que te vayas, chiquilla. Tienes que pasar los domingos aquí, por supuesto. Y cualquier tiempo libre del que dispongas. Y si no estoy, entonces recurre a Antonio y a su mujer, que te cuidarán. Él tiene la llave, así que haz como si la casa fuese tuya.


—¿Te irás por mucho tiempo?


—Pues me ha invitado a pasar unas semanas en Italia una amiga que tiene un departamento. No me había decidido a ir, pero ya que tienes trabajo y tanto interés en independizarte...


—¡Ay, tía, qué bonito! ¡Mira qué bien ha salido todo! Yo estaré bien en York y me encantará venir, si a la señora Antonio no le molesta. ¿Cuándo te vas?


—¿Comienzas a trabajar el lunes? Probablemente me marcharé durante la semana.


—Pensaba pedirle a la señorita Trent si me podía mudar el domingo.


—Buena idea. Antonio puede llevarte en el coche y asegurarse de que todo esté bien.


La señorita Trent no tuvo ningún inconveniente y le dejó la llave en la pastelería, que abría los domingos. Le dijo que podía entrar y salir a su gusto y tendría que estar lista para abrir el lunes a las nueve de la mañana. Su tono era amistoso, aunque un poco impaciente. Paula hizo la maleta y la señorita Chaves, con diligente eficiencia, le preparó una caja con comida: Botes de sopa, queso, huevos, mantequilla, pan, galletas, té, café y unas botellas de leche. Escondida, le metió una pequeña radio. Por más que Paula se hiciese la valiente, se sentiría sola. Decidió posponer sus vacaciones hasta después del domingo y así asegurarse de que estuviese bien, para poder irse con la conciencia tranquila. La echaría de menos, pero no había que intentar retener a los jóvenes. No fue fácil despedirse de la tía Teresa. Paula se había sentido feliz en su casa. Le tenía verdadero afecto a la anciana y sabía que el cariño era recíproco, pero no podía alterarle la vida de forma permanente. Se sentó en el coche junto a Antonio y se dió la vuelta para saludar con la mano y sonreír. Volvería el domingo, pero aquella era la verdadera despedida. Cuando llegaron a York, Antonio la ayudó con sus cosas. En la pastelería le dieron la llave. Paula abrió y entró por la tienda a su nuevo hogar. La señorita Trent había dicho que amueblaría la habitación y lo había hecho: Había un sofá-cama contra una pared, una mesa con una silla junto a la ventana, un gastado sillón de orejas junto a la pequeña estufa y una alfombra deshilachada sobre el suelo de madera. También la había provisto de una pila de sábanas, una caja con cubiertos y una lamparita con una horrible pantalla de plástico.


—Esto será completamente distinto cuando acomode mis cosas y cuelgue las cortinas —dijo Paula en tono alegre.


—Desde luego, señorita —replicó Antonio con voz inexpresiva—. La señorita Chaves dijo que tomásemos un café al lado. La ayudaré a colocar sus cosas.


—Me encantará tomar un café, pero después no es necesario que te molestes, Antonio. Tengo toda la tarde para colocar las cosas como a mí me gusta.


Tomaron el café y Antonio se fue con la promesa de volver el siguiente domingo por la mañana, no sin rogarle que llamase por teléfono si necesitaba algo. Paula sintió que Antonio no aprobaba su deseo de ser independiente y se apresuró a asegurarle que todo estaba bien... Cuando entró a la habitación, colocó los muebles a su gusto, encendió la estufa, puso a los animales frente a esta y metió en el armario de la cocinita las abundantes provisiones que la generosa y práctica tía Teresa le había preparado. Encontró una tetera y una cacerola, donde puso a calentar una de las latas de sopa. Después fue a inspeccionar el diminuto servicio. Sobre el lavabo había un pequeño calentador, así que tendría abundante agua caliente. 

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