De repente, se encontró frente a la iglesia medieval que a veces visitaba. Siguiendo un impulso, entró. Estaba silenciosa y fría, pero había paz dentro.
—Las cosas nunca son tan malas como parecen —dijo en voz alta y Marc movió el rabo, en señal de asentimiento.
Pronto, cansado de tanto caminar, el perro se durmió a sus pies, pero Paula se quedó pensando, intentando hacer planes con una cansada cabeza que, a pesar de sus esfuerzos, estaba llena de pensamientos sobre Pedro. Si él estuviese allí, pensó soñadora, sabría exactamente qué hacer.
El doctor había llegado a York poco después de comer, se había registrado en el hotel y, con el fiel Tiger a su lado, se dirigió a la tienda de Dolores. Esta se hallaba tras el mostrador, leyendo, pero levantó la vista cuando lo vió entrar y se puso de pie. Sabía que tarde o temprano aparecería, pero sintió un pánico momentáneo al verlo.
—He venido a ver a Paula —le dijo él—. ¿Puede tomarse una o dos horas libres? O mejor, la tarde. No puedo quedarme demasiado en York.
—No está.
—No estará enferma, ¿No?
—Se ha ido. No la necesitaba más —retrocedió un paso al ver la expresión de su rostro—. Tiene a su tía.
—¿La despidió así como así? —dijo el doctor sin levantar la voz, pero Dolores se estremeció al oírlo—. ¿Se llevó al perro y al gato?
—Por supuesto. Dijo algo de ir a casa de unos amigos de su madre. Por... —se interrumpió, intentando inventar algo—. Creo que dijo Nottingham, una tal señora Skinner... —acabó y lanzó un suspiro de alivio.
—No la creo —dijo él, mirándola con frialdad en los ojos y el rostro inescrutable—. Y si le pasa algo a Paula, la consideraré responsable de ello.
El doctor se marchó. Dolores se precipitó a la cocina a servirse un whisky y no vió a la chica de la pastelería llamando al doctor.
—¿Busca a Paula? La despidió sin siquiera darle una semana de preaviso, pobrecilla. Le dijo que no la necesitaba más.
—Dolores me ha dicho que se ha ido a casa de unos amigos.
—No la crea —dijo la chica, dando un bufido—. Esa mujer le dirá cualquier cosa. Seguro que se ha ido a casa de su tía. El hombre ese, Antonio, la viene a buscar los domingos.
—Gracias. Probablemente esté allí. Ya la avisaré si la encuentro.
Lo miró irse. Era un sueño de hombre, al margen del dinero. Llevaba un abrigo de cachemira y su corbata de seda costaría lo que un vestido de ella... Pero no había nadie en la casa de la señorita Chaves y tampoco en la casita de Antonio. En la tienda del pueblo no tuvo mejor suerte: Antonio estaba de viaje y no habían visto a Paula. El doctor volvió a York, aparcó el coche en el hotel y volvió a salir a pie con Tiger. Estaba preocupado, angustiado al no saber el paradero de Paula. Hizo un esfuerzo por tranquilizarse mientras metódicamente recorría las calles de la ciudad. Estaba seguro de que no se había ido de York. Preguntó en las tiendas y en una le dijeron que la habían visto hacía dos días comprando un bocadillo y un café. Una pista débil, pero suficiente para hacerlo volver andar por la ciudad. Cuando llegaba a un extremo de Shambles por segunda vez, reparó en la pequeña iglesia cercana donde Paula le dijo que iba de vez en cuando. Entró por la puerta abierta y la vió, una figura pequeña sentada en uno de los primeros bancos. Lanzando un suspiro de alivio, se dirigió silenciosamente hasta donde se encontraba.
—Hola, Paula —le dijo con calma—. Pensé que te encontraría aquí.
—Pedro —dijo ella al verlo mientras Marc meneaba el rabo y gemía de alegría—. Pedro, ¿Eres realmente tú?
Las lágrimas le impidieron continuar y él se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros. Dejó que llorase y, cuando sus sollozos remitieron, le ofreció su pañuelo.
—Lo siento —dijo Paula—. Ha sido la sorpresa... Estaba pensando en tí y de repente, has aparecido.
—Paula —dijo él con ternura—, fui a la tienda y esa mujer, Dolores, me dijo lo que había hecho. Llevo horas buscándote, pero este no es momento de hablar de ello. Primero iremos al hotel, cenaremos y te irás a dormir; y mañana ya hablaremos.
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