martes, 31 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 45

A pesar de su enfado, Sofía sabía que aquella era su oportunidad y buscaba la forma de abordar el tema. Pisó un charco y el agua le salpicó los zapatos, las medias y el bajo de su largo abrigo.


—Caramba, mire lo que me ha sucedido. Me temo que no soy de campo. Por suerte vivo en Londres y lo seguiré haciendo. Me caso pronto y Pedro vive y trabaja allí... 


—¿Pedro? —preguntó Paula con recelo.


—Bonito nombre, ¿Verdad? Es médico, siempre terriblemente ocupado, aunque logramos estar bastante tiempo juntos. Tiene una casa hermosa. Me hace ilusión vivir allí —giró la cabeza para sonreírle a Paula—. Es tan bueno..., Muy amable y considerado. Todos sus pacientes lo adoran. Y siempre está dispuesto a ayudar a aquellos que tienen problemas. Hay una pobre chica que ha rescatado últimamente. Ha hecho todo lo posible por encontrarle un trabajo. Espero que ella le esté agradecida. Ella no tiene ni idea de dónde vive él, por supuesto. Lo que quiero decir es que no es el tipo de persona que uno desearía tener como amiga. Y, claro, supongo que ella no será tan tonta de pretender algo más, ¿No le parece?


—No creo que sea posible —se apresuró a decir Paula—. Pero estoy segura de que le estará agradecida.


—Yo creo que sí —dijo Sofía y enlazó su brazo con el de Paula—. Y si ella vuelve a recurrir a él por cualquier motivo, hablaré con ella. No dejaré que se aprovechen de él. Solo el cielo sabe la cantidad de gente a la cual Pedro habrá ayudado sin decírmelo. En cuanto me case, las cosas cambiarán, se lo aseguro —afirmó, asintiendo con la cabeza y sonriendo a Paula. Notó con satisfacción la palidez de la joven.


—¿Podemos volver? —le dijo esta—. Me muero por una taza de café.


Mientras tomaban el café, Sofía tuvo mucho que decir de la próxima boda.


—Por supuesto, Pedro y yo tenemos muchos amigos... Y él es una persona conocida en el mundo de la medicina. Iré de blanco, por supuesto... —dijo, dando rienda suelta a su imaginación.


Cuando finalmente se marchó, Paula agradeció que lady Haleford siguiese durmiendo. No tenía deseos de repetir la conversación que había tenido. Además, la vida privada de Pedro no era asunto suyo. Sofía no le gustaba, pero ni se le pasó por la cabeza que pudiese estar mintiendo. 



De momento, no había ninguna posibilidad de ir a ver a Paula. La epidemia de gripe se había extendido de forma alarmante. El doctor trató a sus pacientes sin cansancio aparente, durmiendo cuando podía, sacando fuerzas del incondicional Bernardo y de la excelente comida de su esposa. Pero no olvidaba a Paula y de vez en cuando se permitía pensar en ella, deseando también que ella pensase en él.  Con Sofía no tuvo ningún contacto; ella se había ido a la finca de unos amigos, donde había menos riesgo de contagiarse de la gripe. Lo llamaba por teléfono y le dejaba mensajes perfectamente calculados para hacerle saber que estaba preocupada por él, contenta de esperar ahora que había sembrado la semilla de la duda en la mente de Paula, que era tan tonta que se creería todo lo que le había dicho. La pobrecilla estaba perdidamente enamorada, y ni lo sabía. Si lady Haleford no hubiese estado tan irritable los días después de la visita de Sofía, Paula le habría mencionado la boda, pero pasó bastante tiempo de angustia hasta una noche, a las dos de la madrugada, en que lady Haleford se encontraba totalmente despierta y con deseo de conversar.


—Ya es hora de que Pedro siente cabeza —dijo la anciana—. Dios quiera que no se case con la Potter-Stokes esa. No la puedo soportar. No se puede negar que es bonita y ambiciosa. Lo harían lord enseguida si se casase con él, porque ella está muy bien relacionada. Pero se convertiría en un amargado.


Paula, hecha un ovillo en la silla junto a la dama, murmuró algo para calmarla. Desde luego que aquel no era momento para contarle lo que sabía. Lady Haleford dormitó y ella pudo concentrarse en sus pensamientos. Eran tristes, porque coincidía con la anciana en que Sofía no era la mujer adecuada para Pedro. «Necesita alguien que lo quiera», reflexionó y se sobresaltó al darse cuenta de que pensaba en sí misma. Una vez superada su sorpresa, se permitió fantasear un poco. No tenía ni idea de dónde vivía Pedro ni de cómo era su trabajo, pero lo querría y cuidaría, y se ocuparía de su casa; luego vendrían los niños...


—Me apetece un poco de leche caliente —dijo Lady Haleford—. Y será mejor que te vayas a dormir, Paula. Tienes cara de agotada.


Mientras esperaba que se calentase la leche, Paula se dió cuenta de que llevaba mucho tiempo enamorada de Pedro, que lo había aceptado en su vida como el aire que respiraba. Pero no había nada que hacer: Sofía había dejado muy claro que él no tenía intención de volverla a ver. Si el doctor iba a visitar a su tía, pensó, vertiendo la leche en la taza favorita de Lady Haleford, haría todo lo posible por no cruzarse con él y, de hacerlo, se comportaría de forma amable y distante, indicándole que se había dado por aludida.


Dos días más tarde, al salir de la iglesia, Paula vió el coche de Pedro estacionado frente a la casa. Se detuvo en el porche, intentando pensar en cómo escaparse. Si volvía a entrar en la iglesia, podría salir por la puerta lateral y esperar a que él se fuese... Sintió el peso de un brazo sobre sus hombros. 

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