Subieron los gastados escalones de roble hasta el descansillo al que daban varias puertas.
—Te he puesto junto a la habitación de mi tía —dijo la señora Alfonso—. Hay un cuarto de baño entre las dos habitaciones: El de ella. El tuyo está al otro lado de tu dormitorio. Espero que no te tengas que levantar por la noche, pero si estás cerca, será más fácil.
Abrió una puerta y entraron juntas. Era una habitación amplia, con un pequeño balcón que daba al costado de la casa y hermoso mobiliario. Tenía bonitas cortinas de algodón floreadas a juego con la colcha, una gruesa alfombra y un adorable sillón de orejas junto a una mesita, cerca de la ventana. Delante del tocador había un taburete y una lámpara con una pantalla rosada en la mesilla de noche. La señora Alfonso atravesó la habitación y abrió una puerta.
—Este es tu cuarto de baño. Me temo que es un poco pequeño...
—Es perfecto —dijo Paula, y pensó en el lavabo en la trastienda.
—Y esta es la puerta que da a la habitación de mi tía.
La atravesaron y entraron a la habitación de lady Haleford. Estaba magníficamente amueblada, con cortinas de damasco, una cama con dosel haciendo juego, un tocador de madera maciza cubierto de cepillos y peines de plata, espejos y pequeños frascos de cristal.
—¿Siempre ha vivido aquí lady Haleford?
—Sí. Al menos, desde la muerte de su esposo. Ella prefiere esta casa a la mansión. El jardín es hermoso y las habitaciones no son demasiado grandes. Además, al estar en el pueblo, puede ver a sus amigos con más comodidad. Hasta su ataque, conducía ella, pero por supuesto que eso no será posible ahora. ¿Sabes conducir?
—Sí, aunque no estoy acostumbrada a hacerlo en grandes ciudades.
—Tendrías que llevar a lady Haleford a la iglesia y quizás a visitar a algún amigo por aquí.
—Podré hacerlo —dijo Paula.
Recorrieron la casa, que le recordó a la suya: Cómoda, antigua e inmaculadamente limpia. Al último sitio que entraron fue a la cocina, tan antigua como el resto de la casa. Algo olía deliciosamente y la señora Twitchett se apartó del fogón para anunciarles que la cena estaría lista al cabo de media hora. Nélida se afanaba ante la mesa y, delante del fuego, como si hubiesen estado allí toda la vida, Marc y Félix se alegraron de verla, pero no hicieron ningún intento de levantarse a saludarla.
—Parecen cansadísimos —dijo la señora Twitchett—. Ya han comido y no han molestado en absoluto.
—¿De veras que no les incomoda que estén aquí? —preguntó Paula, inclinándose a acariciarlos.
—Estamos contentas de que estén aquí. Nélida los adora. Siempre serán bienvenidos.
Paula sintió un súbito deseo de echarse a llorar. Supuso que eran tonterías suyas, pero el hecho de tener un hogar tan cálido para sus dos amigos era fantástico. Merecían paz y tranquilidad después de los últimos meses... Le sonrió a la señora Twitchett, le dio las gracias y siguió a la señora Alfonso fuera de la cocina. Durante la cena, la madre de Pedro la informó de sus obligaciones: Nada oneroso, pero probablemente tedioso y aburrido. Se tomaría su tiempo libre cuando pudiese y si ello no era posible, tendría que tomarse dos medias jornadas. Quizá tuviera que levantarse por las noches ocasionalmente y, la señora Alfonso puntualizó, el trabajo podía ser un poco exigente. Pero el salario que le ofreció era el doble de lo que le pagaba Dolores. Paula pensó que si era cuidadosa podría ahorrarlo íntegro para luego pagarse unos estudios que le permitiesen tener una seguridad en el futuro. Era una pena que no supiese que el doctor, sentado ante la mesa de su consulta, pensaba en ella mientras analizaba la historia clínica de su próximo paciente. Esperaba que Paula se sintiese feliz en casa de su tía abuela; todo había sido un poco precipitado y quizá estuviese ya arrepentida, pero algo había que hacer para ayudarla. Se levantó a atender al enfermo y se olvidó de ella totalmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario