martes, 24 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 37

Cuando acabaron el té, lady Haleford decidió dormir la siesta.


—¿Te quedarás a cenar? —preguntó a su sobrino—. Te veo tan poco...


—Sí, con mucho gusto —dijo él—. Mientras tú duermes un rato, Paula y yo sacaremos los perros a dar una vueltecita.


—Tomaré una copa de jerez antes de cenar —dijo la anciana, desafiante. 


—¿Por qué no? Volveremos dentro de una hora. Vamos, Paula.


—¿Desea algo antes de que nos vayamos, lady Haleford? —preguntó Paula, poniéndose de pie.


—Sí, tráeme a Félix para que me haga compañía.


Félix, que sabía perfectamente a quién pertenecía la casa donde los habían acogido con tanta cordialidad, se hizo un ovillo en el regazo de la anciana. Hacía frío fuera, pero la luna brillaba en el cielo estrellado. El doctor tomó a Paula del brazo y caminó con ella a paso ligero atravesando el pueblo. Pasaron la iglesia y siguieron por un sendero hasta salir al campo. Cada uno llevaba a su perro y los animales trotaban junto a ellos, contentos ante el inesperado paseo.


—Bueno —dijo el doctor—. ¿Qué tal tu trabajo? ¿Ya te has acostumbrado? Estará muy quejumbrosa mi tía después del ataque...


—Sí, pero es lo normal. ¿No lo estarías tú? Me siento muy feliz aquí. El trabajo no es duro y todos son muy amables.


—Pero ¿Te tienes que levantar durante la noche?


—De vez en cuando —no le dijo que lady Haleford se despertaba la madrugada la mayoría de las noches y exigía compañía. Temiendo que él le hiciese más preguntas, preguntó—: ¿Has estado ocupado? ¿No has tenido que volver a York?


—No, esa cuestión ya está resuelta satisfactoriamente. ¿Has tenido noticias de tu madre y la señorita Chaves?


—Sí. La tía Teresa vuelve a casa a finales de enero y mi madre parece muy feliz. Ya han acabado de sembrar y tienen bastante ayuda —titubeó un momento—. Mi madre ha dicho que todavía no vaya a verlos. El señor Graham sigue un poco molesto. Emprendieron el camino de vuelta.


—¿Qué quieres hacer después?


—Pues, como podré ahorrar mucho dinero, pensaba hacer un curso de informática para conseguir un buen trabajo —añadió con inquietud—: ¿Tu madre quiere que me quede un tiempo más?


—Sí, desde luego. El doctor que piensa que mi tía necesita al menos dos meses en las presentes condiciones, quizá más.


Llegaban a la casa. 


—Tienes poca libertad —le dijo el doctor.


—Estoy bien —replicó ella.


Cenaron pronto porque lady Haleford se cansaba enseguida y, en cuanto acabaron, el doctor se levantó para irse.


—¿Volverás? —exigió saber su tía—. Me gusta tener visitas y la próxima vez tienes que contarme un poco de tu vida. ¿Todavía no has encontrado una chica para casarte? Tienes treinta y cuatro años, Pedor. Con tu dinero, tu espléndida casa y la profesión que amas, necesitas ahora una esposa.


—Serás la primera en saberlo cuando la encuentre —le respondió él, inclinándose a besarla en la mejilla. A Paula le dijo—: No, no te levantes. La señora Twitchett me acompañará —apoyó una mano en su hombro al pasar a su lado y, con Tiger siguiéndolo, se fue.


—Es un hombre muy ocupado y supongo que tendrá muchos amigos. Pero necesita una esposa. Tiene montones de dónde elegir y está esa Sofía..., la viuda de Potter-Stokes. Hace siglos que lo intenta cazar. Si Pedro no tiene cuidado, lo conseguirá —dijo lady Haleford y cerró losojos—. No es una buena chica...


Dormitó un momento y entonces Paula pensó en Pedro. Aunque fuera lo lógico para un hombre de su posición, la idea de que él se casase le resultó deprimente.


Una semana más tarde, Paula volvía de su media hora de paseo diario con Marc. Llevaba la cabeza inclinada contra el viento y la lluvia, por lo que no vió el pequeño coche deportivo que estaba estacionado junto a la puerta de lady Haleford hasta hallarse a su lado.


—Disculpe —dijo con inquietud la mujer que lo conducía—, ¿Es esta la casa de lady Haleford? Mi madre es amiga de ella y me pidió que pasase a verla, ya que venía hacia esa zona. Pero es demasiado pronto para visitas. ¿Puedo dejarle un mensaje?


Sonreía de forma encantadora mientras examinaba a Paula. Seguro que aquella era la muchacha, reflexionó Sofía. Parecía una rata mojada. No podía creer que Pedro estuviese interesado en ella. Dolores le había tomado el pelo.


—¿Es usted su nieta o su sobrina? —dijo, desplegando todo su encanto—. ¿Quizá se lo podría decir? 

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