Lady Haleford era menuda y delgada y caminaba con un bastón y el apoyo de la señora Alfonso, pero aunque andaba lentamente, no parecía en absoluto una inválida. Retribuyó el saludo de la señora Twitchett y de Nélida, que la esperaban en la puerta. Paula se había quedado en segundo plano, acompañada por Marc. Félix se sentó cerca.
—Bien, ¿Dónde está la chica que Pedro me ha encontrado? — preguntó la dueña de casa enseguida.
La señora Alfonso la acompañó al salón y la sentó en un sillón con respaldo alto.
—Aquí, esperándote —dijo—. Paula, ven a conocer a lady Haleford.
—Mucho gusto, lady Haleford —dijo Paula.
Lady Haleford la contempló detenidamente. Tenía ojos oscuros que brillaban en medio de su cara arrugada, su pequeña nariz era aguileña y la boca estaba torcida debido al ataque.
—Una joven sosa —observó—. Pero la belleza tiene solo la profundidad de la piel, según dicen. Bonitos ojos y bonito cabello. Joven... —añadió, malhumorada—, demasiado joven. Los viejos aburren a los jóvenes. No durarás ni una semana, ya lo verás. Tengo mal genio, me olvido de cosas y me despierto por las noches.
—Seré feliz aquí, lady Haleford —dijo Paula con suavidad—. Espero que permita que me quede y le haga compañía. Su casa es hermosa, ha de estar contenta de haber vuelto. Ahora que está aquí seguro que mejorará rápidamente.
—Pues supongo que tendré que soportarte —dijo lady Haleford, sin dejarse influir por sus palabras.
—Solo hasta que usted lo desee, lady Haleford —dijo Paula rápidamente.
—Al menos sabes hablar —dijo la anciana. Su mirada se dirigió a Marc—. ¿Este es el perro que me mencionó Pedro? ¿Y también el gato?
—Sí. Ambos son mayores y se portan bien. Le prometo que no molestarán.
—Me gustan los animales —dijo lady Haleford—. Ven aquí, perro.
Marc avanzó, obediente, y se quedó quieto mientras lady Haleford lo miraba y luego le palmeaba la cabeza suavemente.
Dolores había llamado a Sofía para informarla de la visita del doctor.
—Le dije que ella se había marchado de York, me inventé una tía en algún sitio, una amiga de su madre... —dijo, sin mencionar que él no la había creído—. Se fue y no lo he vuelto a ver. ¿Ha vuelto a Londres? ¿Lo has visto?
—No, todavía no, pero sé que ha vuelto. He llamado a la consulta y dicho que quería una cita. Hace días que está aquí, así que no puede haber pasado demasiado tiempo buscándola. Eres un ángel, Dolores y te has deshecho de ella de una manera genial.
—Para eso están los amigos. Me mantendré alerta por si ella sigue por aquí —lanzó una risilla—. ¡Buena cacería!
Sofía llamó a casa de Pedro varias veces, pero Bernardo siempre le decía que su jefe había salido.
—¿Se ha vuelto a ir de viaje? —preguntó ella abruptamente.
—No, no, señorita. Supongo que estará muy ocupado en el hospital — dijo Bernardo.
Cuando el doctor llegó a su casa por la noche, lo informó de las numerosas llamadas.
—Me he atrevido a decirle que usted estaba en el hospital. No quiso dejar mensaje.
—Me parece perfecto, Bernardo. Si vuelve a llamar, dile con cortesía que estoy muy ocupado en este momento.
Bernardo murmuró su asentimiento sin dejar ver su satisfacción; no le gustaba Sofía Potter-Stokes en absoluto.
Por pura casualidad, Sofía se encontró una mañana con una amiga de su madre.
—Cariño, hacía tiempo que no te veía. Tú y Pedro Alfonso están generalmente juntos... —se extrañó—: El viene a cenar el jueves, pero alguien me había dicho que tú estabas fuera.
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