—Por supuesto. Pero cuando tomemos el té.
Pronto se encontró Paula sentada a la mesa de la cocina frente a su tía. Le hizo un relato prolijo de su viaje a la vez que tomaban una taza de té.
—Ahora me doy cuenta de lo tonta que he sido. No me detuve a pensarlo, ¿Sabes? Solo que tenía que marcharme porque mi... Mi padrastro iba a matar... —se interrumpió—. Y no le caigo bien.
—¿Y tu madre? ¿Es feliz con él?
—Sí, sí. Y él es muy bueno con ella. No me necesitan. No tendría que haber venido, pero fue lo único que se me ocurrió en ese momento. Te agradezco tanto, tía Teresa, que me alojases anoche. Me pregunto si hoy me permitirías que dejase a Félix y a Marc aquí mientras voy a buscar trabajo a York. No tengo estudios, pero siempre habrá trabajo en hoteles y casas.
La señorita Parsons emitió un bufido.
—Tu padre era mi sobrino, niña. Ésta será tu casa todo el tiempo que quieras. En cuanto a trabajo, para mí es como un regalo del cielo tener a alguien joven aquí. Están Antonio y su mujer, que me atienden bien, pero no me vendría mal un poco de compañía y dentro de una semana o dos podrás decidir lo que quieres hacer. York es una ciudad grande y seguro que encuentras trabajo en alguno de los museos o edificios públicos. Lo único que se necesita es hablar correctamente y tener bonita voz y buena apariencia. Ahora vete a vestirte y después del desayuno llamarás a tu madre.
—Querrán que vuelva. No me quieren, pero él pretende que trabaje en la huerta.
—No estás obligada a nada con tu padrastro, Paula, y tu madre puede venir a verte cuando quiera. ¿Le tienes miedo a él?
—No, pero temo lo que pueda hacerles a mis animales. Y me cae mal.
La conversación con su madre no fue demasiado agradable. Al principio, la señora Martínez se mostró aliviada y contenta de oírla, pero luego comenzó a quejarse amargamente de lo que consideraba ingratitud por su parte.
—Lucas tendrá que contratar a alguien —señaló—. Está muy molesto. Por supuesto que puedes venir a visitarnos cuando quieras, pero no esperes ningún tipo de ayuda: Has decidido apañártelas por tu cuenta. Eres una joven sensata y no dudo que encontrarás trabajo. No creo que la tía Teresa quiera que te quedes más de una o dos semanas —hizo una pausa—. ¿Tienes a Félix y Marc contigo?
—Sí, mamá.
—Serán una molestia cuando busques trabajo. La verdad es que habría sido mucho mejor que Lucas los hubiese sacrificado.
—¡Pero, mamá...! Llevan años con nosotros. No se merecen morir.
—Sí, pero ninguno de los dos es un bebé ya. ¿Me volverás a llamar?
Paula le dijo que sí y colgó. A pesar de las sensatas palabras de su tía, pensar en el futuro le causaba pánico.
—¿Quieres ir hasta la tienda a traerme una o dos cosas, niña? —le dijo la tía Teresa tras ver la expresión de su cara—. Llévate a Marc. Tomaremos un café cuando vuelvas.
Le llevó solo unos minutos llegar al centro del pueblo y, aunque lloviznaba, fue agradable salir a tomar el aire. Hizo la compra, sorprendida al descubrir que la seria señora que le servía sabía quién era ella.
—¿Vienes a visitar a tu tía? Le vendrá bien la compañía durante una semana o dos. Qué bien que se vaya a pasar el invierno con su amiga en Italia...
Bastarían dos o tres semanas para encontrar trabajo y un sitio donde vivir, decidió Paula mientras regresaba a la casa. Aunque tía Teresa le había dicho que se quedase todo el tiempo que desease, no quería arruinarle el viaje. Pasaron los días y, a pesar de que Paula reiteró su intención de buscar trabajo cuanto antes, su tía no hizo mención de sus vacaciones.
—Necesitas unos días para acostumbrarte —señaló—. Y no quiero ni oír que te vayas antes de haber decidido lo que vas a hacer. No te vendría mal pasar el invierno aquí.
Lo cual le dió pie a Paula para decir:
—Pero tú puedes tener otros planes...
—¿Y qué planes voy a tener yo a mi edad, niña mía? —preguntó la mujer, dejando sobre el regazo las agujas con las que hacía punto—. Venga, no se hable más. Cuéntame cosas de la boda de tu madre.
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