jueves, 12 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 26

Mientras seguía lustrando cuidadosamente unos marcos de plata, Paula pensó que quizá Dolores fuese más amable de lo que ella creía.


—Ve a arreglarte —le dijo cuando se divisó la corpulenta figura del doctor aproximándose—. Que espere diez minutos en la tienda mientras te preparas.


Mientras Paula le daba de comer a Félix, se peinaba y le ponía la correa a Marc, Dolores invitó al doctor a que echase un vistazo a la tienda.


—Ya hemos comenzado la campaña de Navidad —le dijo—. Siempre hay muchos clientes, pero cerramos cuatro días. Paula podrá irse a casa de su tía abuela. En este momento está en el extranjero, pero estoy segura de que para entonces habrá vuelto —le echó una mirada especulativa—. ¿Usted también se tomará unas vacaciones?


—Sí, supongo que sí.


—Pues si ve a Sofía, déle recuerdos de mi parte. ¿Se queda mucho?


—Me voy esta noche. Pero volveré antes de Navidad.


Paula salió entonces, con Marc. Parecía tan feliz que Dolores tuvo un instante de remordimiento. Pero fue solo un instante y, en cuanto ellos se fueron, llamó por teléfono.


—Sofía, prometí llamarte. Tu Pedro acaba de salir de la tienda con Paula. La va a llevar a la costa y pasarán el resto del día juntos. Además, me ha dicho que tiene intenciones de volver antes de Navidad. ¡Será mejor que te busques otro candidato, cariño! —exclamó. Al oír a la otra despotricar, dijo—: Yo no perdería el tiempo enfadándome. Si lo quieres tanto, será mejor que pienses en algo.


Sofía pensó en algo inmediatamente.


—No, no puedo hacer eso —dijo Dolores cuando se lo dijo. Aunque era una chismosa, no hacía las cosas con maldad—. La chica trabaja muy bien, y no puedo despedirla así como así.


—Por supuesto que puedes. Conseguirá un trabajo enseguida, hay mucho por Navidad. Y cuando Pedro vuelva, le dices que ella ha conseguido un puesto mejor y que no sabes dónde está, que le avisarás si sabes algo. No podrá faltar a su trabajo más de dos días. A la chica no le pasará nada y «ojos que no ven, corazón que no siente»... —concluyó Sofía, y se echó a llorar.


Dolores cedió; después de todo, Sofía y ella eran viejas amigas. 


Tras comer una nutritiva sopa en un pequeño pub, porque según el doctor no podían ir a pasear con el estómago vacío, salieron en el coche hacia el norte por las colinas de Yorkshire hasta un pueblecito de pescadores llamado Staithes. El doctor Alfonso estacionó el coche y, entrelazando su brazo firmemente con el de Paula, comenzó a andar en medio del fuerte viento, con los perros trotando alegremente a su lado. No hablaron, era difícil hacerlo debido al aire y, en realidad, no había necesidad. Les bastaba su mutua compañía. El mar estaba picado, gris bajo un cielo gris, y en cuanto salieron del pueblo no encontraron a nadie. Al rato volvieron al pueblo y recorrieron sus calles mirando los escaparates de los anticuarios. Anduvieron entre las hermosas casas estilo Regencia y las más modestas de los pescadores hasta llegar al pub Cod and Lobster. La merienda fue estupenda. Paula, con las mejillas sonrosadas y el cabello alborotado, radiante después del ejercicio, comió tarta de jengibre, tostadas y mermelada casera con un apetito espléndido. Se sentía feliz: La tienda, el triste cuartucho, la soledad y la falta de relaciones no importaban. Estaba con alguien que había dicho que era su amigo. No hablaron sobre sí mismos ni sobre sus vidas, había tantas otras cosas de las que charlar. Finalmente, se levantaron a regañadientes para irse. Cuando llegaron a York era todavía temprano y el doctor estacionó el coche en su hotel. Llevó a los perros a su habitación mientras Paula se arreglaba. Había poca gente en el restaurante y comieron pollo à la king y pastel de limón con nata mientras conversaban afablemente. Ella deseó que la velada no acabase nunca, pero como eso no podía ser, poco antes de las nueve dejaron el hotel para ir andando hasta la tienda. La chica que trabajaba en la pastelería estaba cerrando. Los saludó con la mano y luego se quedó mirándolos. Le gustaba Paula, que parecía llevar una vida solitaria y aburrida. De repente, había aparecido aquel gigantón. El doctor tomó la llave de Paula, le abrió la puerta y se la devolvió.


—Gracias por una tarde tan hermosa, Pedro —dijo ella—. Me siento renovada con tanto aire fresco y buena comida.


—Me alegro —dijo él sonriendo al rostro entusiasmado que se elevaba hacia él—. Tenemos que repetirlo en algún momento —al ver su expresión de incertidumbre, añadió—: Esta noche me voy a Londres, Paula. Pero volveré.


Abrió la puerta y la hizo entrar, no sin antes darle un rápido beso. La chica de la pastelería lo vio y sonrió. Paula no sonrió, pero se sentía radiante. Había dicho que volvería... 

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