—¡Baltazar Chaves! Será mejor que té detengas ahora mismo.
Paula raramente usaba el nombre completo de su hijo, reservándolo solo para las circunstancias más serias. Afortunadamente, tuvo el efecto deseado.
Baltazar hizo una pausa y miró hacia abajo.
—No puedo bajar ahora, mami. Tom me necesita.
Por primera vez Paula se dió cuenta de que había un pequeño gato negro y blanco en una rama por encima de él.
—¡Gato del demonio! —masculló Pedro por lo bajo.
—Estoy segura de que el gatito puede bajar solo del árbol —dijo Paula, utilizando su tono más persuasivo. El niño no cedió.
—Baltazar, Tom no necesita tu ayuda. Se sube a ese árbol todo el tiempo —dijo Pedro—. No le pasará nada. Tienes que hacer lo que te dice tu madre y bajarte.
Paula contuvo la respiración. Baltazar miró primero al gato, tranquilamente sentado en la rama lamiéndose una zarpa y luego a Pedro.
—¿En serio?
—Seguro —dijo Pedro.
Para entonces se había reunido toda la familia bajo el árbol, incluyendo a Mateo, que había salido corriendo de la casa con un polo en cada mano.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Tu amigo decidió trepar a un árbol —dijo Pedro, que asaque se dirigía a su sobrino, no retiraba la mirada dé Baltazar—. ¿Sabes algo de ello?
—¿Se ha subido al árbol! —dijo Mateo, mirando hacia arriba—. ¡Hala, qué alto!
Paula se estremeció, y Pedro le dió una palmadita en el hombro.
—No pasa nada —le dijo—. Yo me subía hasta la cima de ese árbol cuando era pequeño.
Apenas acababa de decirlo, cuando Baltazar resbaló y perdió pie. El grupo contuvo el aliento. Paula le agarró el brazo a Pedro, clavándole las uñas. Durante un momento, el niño quedó suspendido en el aire, aferrándose con las manos precariamente a la gran rama. En lo que parecieron minutos, pero podrían haber sido segundos, volvió a encontrar dónde apoyar los pies. Paula se quitó los tacones.
—Subiré a buscarlo.
—No, iré yo—dijo Pedro.
Ella se dió la vuelta.
—Yo soy su madre. Sé cuidarlo.
—Claro que sabes —dijo Pedro, mirándola a los ojos—, pero yo soy más fuerte que tú.
Aunque Baltazar solo tenía nueve años, era un niño grande. Si perdía pie nuevamente, Paula no estaba segura de poder con su peso.
—De acuerdo —dijo Paula con calma pero con desesperada firmeza—. Ve tú. Pero no lo dejes caer.
—Te lo prometo —dijo Pedro, quitándose el delantal de chef y tirándoselo al pasar—. Confía en mí.
Sus palabras le dieron a Paula un escalofrío, pero ¿qué otra opción tenía? Con los ojos clavados en Baltazar, contuvo el aliento mientras Pedro subía hasta el niño. Aunque pareció una eternidad, en pocos minutos su hijo estaba sano y salvo en el suelo. Ella lo abrazó largo rato y luego lo dejó ir a jugar con Mateo, con estrictas instrucciones de que no se acercase a los árboles. Después fue en busca de Pedro y lo encontró en la cocina, rellenando la nevera con gaseosas. Él elevó la vista cuando ella entró y luego se enderezó, secándose las manos en los pantalones mientras ella se acercaba.
—¿Necesitabas algo?
—Necesito darte las gracias —dijo ella suavemente—. No te puedo expresar lo mucho que...
—No es necesario que me lo agradezcas —dijo Pedro, sonriendo levemente y poniéndole un dedo sobre los labios—. Me alegro de haberlo hecho.
Su contacto hizo que una corriente eléctrica la recorriese, y se acercó un poco. El agradecimiento y el alivio vencieron su reserva natural y elevó las manos para apoyarlas en los hombros de él y rozarle impulsivamente la mejilla con sus labios.
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