—De acuerdo, te lo prometo —dijo Paula, lanzando un suspiro dramático—. Pero al menos dime que tú también me quieres.
—¡Pero ma! —se volvió a Baltazar, haciendo un gesto de exasperación con los ojos.
—O quizá tendría que abrir la puerta —dijo Paula, haciendo el gesto—. Así todos podrán oírlo.
—Te quiero —le dijo Baltazar, poniéndose rojo como un tomate—.— Ya está, ¿De acuerdo?
—Perfecto —dijo Paula, esbozando una amplia sonrisa—. Entremos.
Por el bien de Baltazar, Paula intentó demostrar confianza, pero la preocupaba cómo reaccionaría la pequeña comunidad ante su retorno después de tanto tiempo. Sin embargo, en cuanto ví al pastor Williams todos sus temores se esfumaron, ya que él sonrió cálidamente y en vez de estrecharle la mano que ella le tendió la envolvió en un cariñoso abrazo.
—Pauli Chaves—te dijo, sujetándola por los hombros mientras se alejaba pata mirarla mejor—, qué alegría verte. Bienvenida.
A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas ante la sincera recepción.
—Y éste ha de ser tu hijo—dijo el ministro, mirando a Baltazar—. Tu abuela me hablaba mucho de tí.
—¿Sí? —dijo Baltazar y una expresión de inquietud le cruzó el rostro—. ¿Qué decía?
—Me dijo que te gustaban los deportes —dijo el pastor Williams con los ojos chispeantes—. Tenemos una liga de baloncesto que entrena en el centro recreativo los jueves por la noche. Nos encantaría que vinieses.
—No lo sé —dijo Baltazar con timidez.
—Al equipo de Mateo Cullen le vendría bien otro jugador.
Baltazar levantó la cabeza de golpe.
—¿Mateo viene a esto iglesia?
—Sí —dijo el pastor, haciendo un gesto hacia el altar—. Está sentado con su familia por la mitad de la iglesia, a la derecha.
—Iré a saludarlo —decidió Baltazar, entusiasmado, y se marchó sin despedirse siquiera.
—Es un muchacho estupendo, Pauli.
—¡Soy muy afortunada! —dijo Paula, sin molestarse en corregirlo. Tenía la sensación de que siempre sería Pauli para él. Y, lo cierto era que no le importaba.
—Hubo una época en que no te sentías así.
—Ya lo sé. Pero he crecido desde entonces —replicó Paula, para añadir un poco incómoda—: Espero que comprenda por qué no vine al funeral de mi abuela. Quería hacerlo, pero Baltazar y yo teníamos los dos la gripe…
—No es necesario que te justifiques —dijo él. Estoy seguro de que habrías venido si hubieses podido.
—Fue una muerte tan repentina —dijo Paula. A veces le costaba creer que su abuela hubiese muerto—. Cuando fue a visitamos el verano pasado estaba estupenda.
—Nadie supo la gravedad de su mal hasta que ya era demasiado tarde.
—La quería tanto —dijo Paula.
—Eras la luz de su vida.
—Le agradezco que me lo diga, pero... —titubeó Paula.
—Pero ¿Qué?
—Sé que mi abuela me quería —dijo Paula—, pero también sé que fui su gran decepción. Nunca logré ser lo guapa, delgada o popular que ella hubiese deseado.
—Tu abuela quería que fueses feliz. Lo que sucede es que a veces te presionaba demasiado —dijo el ministro, con expresión compasiva.
—Hizo lo que pudo —replicó Paula con sencillez.
—Me alegra que estés de vuelta. Cualquier cosa que necesites...
—Ya sé a quién recurrir —sonrió Paula—. Ahora, será mejor que me siente y le deje hacer su trabajo.
Aunque Paula hubiese preferido más atrás, Baltazar ya se había sentado junto a Mateo. A regañadientes se dirigió hacia él, sintiendo las miradas de curiosidad de la gente.
—Te he guardado sitio, ma —dijo Baltazar, poniendo la mano sobre el asiento—. Aquí.
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